Manuel Fernandes le pega desde fuera del área y el balón se cuela en la portería del Atlético. Es gol y el portugués lo celebra, busca como poseído a los fotógrafos, se golpea reiteradamente el pecho como queriendo salvar el ego al tiempo que reclama de manera ininteligible no se sabe exactamente qué. Cualquiera que lo vea y no sepa de qué va el asunto debió pensar que estamos ante una víctima del sistema, un genio incomprendido, un cerebro injustamente valorado. Todavía hay aficionados que se dejan engañar por estas escenas, pero no, no estamos ante un crack marginado, estamos ante un futbolista que costó al Valencia 18 millones de euros, que el jueves hizo su primer y único gol en año y pico, que apenas ha jugado un par de partidos decentes en los últimos meses y que si en algún momento se ha dudado de su profesionalidad ha sido con motivos más que suficientes.

Pero al final el fútbol siempre da oportunidades a todos, lo que hay que estar es preparado y dispuesto para aprovecharlas en lugar de perder tiempo y energías en otros menesteres. Y el destino ha querido que sean ellos, los que ahora están jugando por ausencia de otros, quienes decidan adónde va a estar el Valencia a final de temporada y también la próxima. No Albelda, Marchena, David Navarro, Mathieu o Miguel, como en principio parecía estar escrito, sino otros como Manuel Fernandes, Maduro, Jordi Alba y Baraja. Por eso a Manuel se le puede hasta aplaudir que a última hora haya tenido a bien enchufarse aunque sólo sea por subirse al tren del Mundial, porque el equipo lo necesita. Por eso queremos que hoy juegue bien, que asuma responsabilidades y haga un trabajo solidario como el jueves. Hasta le animamos a que consiga más goles como ese y más si son para ganar el partido, porque es jugador del Valencia como todos. Por lo demás, que los celebre como le venga en gana, pero tonterías las justitas.