El Manchester United fue el primer equipo que derrotó al Valencia en la Liga de Campeones y el que, de alguna manera, le enseñó el camino correcto para triunfar en esta fabulosa competición. Fue en una lluviosa noche de diciembre en Old Trafford, el equipo que dirigía entonces Héctor Cúper salió acomplejado y fue barrido 3-0 por los Reds. Han pasado más de diez años de aquello pero la historia está para aprender de ella y no olvidar nunca las lecciones que van quedando partido tras partido a lo largo de las temporadas. Y mucho más ahora que, después de transitar unos años por el desierto de la segunda división europea, el viejo Mestalla vuelve a rugir en lo más alto. Como debe ser.

La Champions es un escenario en el que hay que respetar siempre a todos los rivales por raro y desconocido que sea el nombre, pero no temer jamás a ninguno. Hay que jugar siempre al límite, a todo lo que da el corazón y con cabeza, sobre todo mucha cabeza. No conceder la más mínima ventaja sea cual sea el rival porque, más allá de nombres, aquí casi siempre acaba triunfando el mejor equipo. Por eso hoy no juega el brillante líder de la Liga española ni tampoco el equipo que dos semanas atrás deslumbó 0-4 en Turquía en el reencuentro con las estrellas. Hoy juega un equipo que para ganar ha de emplearse al cien por cien, cuidar todos los detalles, jugar noventa minutos con la máxima intensidad y escapar al desaliento a poco que las cosas no salgan bien. Porque tampoco conviene olvidar que, de momento, es en Mestalla donde menos claro y contundente se ha mostrado hasta la fecha este nuevo y solidario Valencia. Esto es la Liga de Campeones y aquí cualquiera te devuelve a la dura y polvorienta tierra al menor signo de flaqueza, mucho más si se trata de un rival de la experiencia y fiabilidad del Manchester, con o sin Rooney.