Pongamos que el Valencia CF acaba de desaparecer por quiebra técnica y un empresario de la tierra, cada cual es libre de ponerle nombre, compra la plaza de cualquiera de los equipos de la ciudad —San Marcelino, At. Nazaret, Marxalenes...— y le cambia el nombre por el de UD Valencia. Incluso se camela a las autoridades para jugar en el Nou Mestalla porque, dadas las circunstancias, lo tuvieron que terminar las instituciones. Como el mosqueo de los aficionados del VCF sería mayúsculo, seguramente una gran mayoría negarían su apoyo al nuevo club al menos durante algunos años hasta cicatrizar la herida. Porque hasta los clubes de fútbol se compran y se venden por más que parezca de chiste, pero los sentimientos no aunque a veces se puede fingir que sí. Se pueden vender los jugadores del Valencia, las acciones del Valencia, los abonos del Valencia, no tanto la pasión y el amor al Valencia. La cuestión es que este es a grandes rasgos —porque lo que ha ocurrido allí es muy largo de contar y está lleno de presuntos delitos— el panorama que tienen en la ciudad de Logroño, donde esta noche juega el equipo de Emery ante la UD Logroñés que, como muchos aficionados de La Rioja nos han recordado en estos días, no es aquel CD Logroñés del que Paco Roig se trajo a Romero, Poyatos, Salenko y José Ignacio. Tampoco es el que subió a Primera con Juande Ramos gracias a un gol en el Salto del Caballo de José Vicente Simeón, jugador del Mestalleta que, por cierto, les había prestado también Paco Roig. No es previsible que a Emery y los once que decida poner, sean los que sean, les den un susto en el nuevo Las Gaunas, pero seguro que cualquier valencianista de bien firmaría perder esta noche con la UD Logroñés a cambio de no pasar nunca por el trago del CD Logroñés. O al menos empatar. Ojo.