Mestalla estaba con ganas aunque, después de todo lo vivido esta temporada, era inevitable encarar un partido como este con la mosca tras la oreja. Por eso, la mecha que encendió ese otro gran Mestalla la puso el equipo, primero matando al Madrid y después muriendo para defender el resultado. Tan épico y emocionante lo uno al principio como lo otro al final. Juntos. Porque siempre hay un momento en que las fuerzas te abandonan y la grada te va a mantener en pie soportando todos los golpes, igualando el partido doce contra doce cuando ves que el árbitro no está por la labor de que el partido se acabe pitando ese penalti de libro. Hay alguno más, pero solo ver el de Carvajal sobre Zaza produce hasta vergüenza ajena.

Una victoria como esta es, como decíamos, una oportunidad que te da el destino para cambiar algo, aunque no se detecta en el ambiente demasiada confianza en el plan que puedan tener a partir de ahora más allá de disfrutar del momento, incluso los que no se lo tienen muy merecido. Porque esto podía haber sido siempre así, de hecho era así hasta que empezaron a pasar cosas raras, desapareció el espíritu con el que todo comenzó y la ilusión también. Volveremos.

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