Fue en el Vicente Calderón donde vimos por primera vez a Peter Lim, que se presentó un 14 de enero de 2014 con Jorge Mendes para ver en el palco al equipo que estaba a punto de comprar. Aquél día no salió corriendo después de ver perder a un Valencia que jugaba -y perdía- con los Míchel, Javi Fuego, Fede Cartabia, Postiga y Pabón, y eso quiere decir que es un tipo que no se rinde con facilidad y persevera, aunque por desgracia después hemos comprobado que lo hace sobre todo en el error. Por eso tres años después de aquella imagen no se puede decir que deportivamente estemos mucho mejor, con diez puntos sobre el descenso y a veinte de la Champions en la que este club iba a vivir instalado de por vida. Meriton heredó muchos marrones al comprar este club, pero entre las cosas buenas que tenía y ha dilapidado es aquel espíritu de un Valencia que anhelaba ser el equipo que nunca se rinde. Hoy, sin embargo, querrán que parezca normal salir en el Calderón y no competir con el Atlético de Madrid, que es cuarto. Y hablamos de bajar los brazos como si no hubiera posibilidad de hacer más para que el aficionado tenga algo en lo que creer de aquí a final de esta lamentable temporada. ¿Por qué habría que confiar pues en la próxima?

Hoy toda la propaganda parece dirigirse a que, como las cosas se pusieron tan mal, pase lo que pase habrá que aplaudir a estos jugadores y al entrenador y agradecerles que no hayan llevado al Valencia a segunda división. Apañados van si creen que eso va a ser así, porque un mal año lo puede tener cualquiera, pero no es ese el problema del Valencia CF, hoy en día un club débil y de nuevo a merced de los buitres. El propietario sigue escondido mientras no hay liderazgo ni estructura ni modelo para pensar en que a partir de mayo esto puede dar un giro, solo estrategias para intentar tapar la realidad cueste lo que cueste.

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