No es que Voro vea otro partido distinto al que ve cada aficionado, simplemente lo mira y lo analiza para el exterior desde otra perspectiva, que es la de un entrenador que trabaja con un equipo que los gestores del club han destrozado en menos de dos años única y exclusivamente por su ignorancia. Un entrenador que necesita mantener como sea el débil equilibrio que a duras penas ha logrado para intentar que el equipo sume esos puntos que le permitan mantener la categoría. Sí, mantener la categoría, el objetivo que después de comprobar las dimensiones del estropicio le han marcado desde arriba y que tanto duele a los aficionados. El equipo podría jugar mejor, el entrenador se habrá equivocado con cambios y alineaciones, pero analicemos qué es lo que intenta decir Voro cuando acude una y otra vez a la expresión «de donde venimos...». Porque venimos de una situación en la que el entrenador, tras la espantada de Prandelli, recogió un equipo con 12 puntos, los mismos que el Sporting en puesto de descenso, y lo tuvo que reconstruir a partir de dos jugadores que se querían ir en enero como Enzo Pérez y Parejo, jugársela con Carlos Soler y esperar a que le ficharan algún delantero en el mercado aunque fuera prestado y después de que el director deportivo también saliera por piernas del club.

Igual esto no es lo que quieren escuchar ni leer muchos aficionados, pero es momento de matar al entrenador, diga lo que diga delante de un micrófono. A partir del momento en que consiga eso que hemos acabado llamando el «objetivo», triste destino de un proyecto llamado a pelear por la Champions, es cuando Voro podrá elegir entre defender lo indefendible a cambio de un puesto, que por otra parte tiene ganado, o decir lo que tenga que decir a riesgo de que lo echen como a los voluntarios de Mestalla. El momento, pese al triste empate, no queda lejos.

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