El Valencia CF ha decidido depositar su proyecto deportivo para los dos próximos años en Marcelino García Toral, el candidato mejor valorado por los aficionados en todas las encuestas que SUPER y otros medios han propuesto entre la lista de entrenadores que manejaba el club. Quizá no sea más que una simple casualidad, o no, pero con ello consigue cuanto menos reavivar la chispa, recuperar credibilidad en el proyecto y generar un clima positivo en base a una decisión que ofrece cierta confianza en el valencianismo de que esto no va a ser más de lo mismo, de que se acabó eso de jugar al Comunio. Mirándolo con perspectiva, no es poco. Porque Marcelino, guste más o menos su estilo y genere más o menos simpatías por su reciente pasado amarillo, tiene algo que el aficionado valora ahora mismo por encima de todas las cosas después de estos dos años de zozobra, ofrece garantías suficientes de que el Valencia elevará su exigencia, su capacidad para competir, tendrá disciplina, profesionalidad y un estilo de juego muy definido y perfectamente reconocible juegue contra quien juegue. Es el ABC del fútbol que, por desgracia, aquí nos ha llegado a sonar a chino en todo este tiempo.

Marcelino, como colgó las botas siendo todavía joven y lleva muchos años en los banquillos, sí tiene un curriculum en el que quizá tenga que quitar cosas porque no le caben. Le faltan los títulos, todo llegará. Aquí, si el propietario es capaz de evitar los vaivenes a los que nos tiene acostumbrados, si hay por fin estabilidad, si aciertan con los fichajes y el equipo vuelve a conectar al aficionado, tendrá oportunidad de doctorarse. Desde que el pasado verano García Pitarch le tiró los trastos no ha perdido de vista al Valencia CF, el reglamento le impedía entrenar en España, pero no fuera. Tuvo una opción real de ir al Inter y, aunque hubo algunas propuestas más, ha preferido tomarse el año sabático y esperar.

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