El Valencia CF le debe una a Joao Cancelo. Si el portugués no llega a dar el visto bueno para marcharse al Inter hoy no estarían aquí Kondogbia ni seguramente Murillo y, por tanto, tendríamos a Marcelino al borde de un ataque de nervios. Un drama. Se marcha el portugués como un señor, agradecido, luciendo el dorsal número siete como último gesto de complicidad y con lágrimas en los ojos que no son de cocodrilo. Tras ellas está todo lo que ha pasado este chaval en los últimos tres años desde que llegó a València, con solo veinte años y meses después de sufrir un accidente de coche en el que falleció su madre. Un golpe durísimo por el desenlace fatal y las circunstancias en que se produjo, y un drama familiar que hoy por hoy sigue latente.

Con ese peso a cuestas el jugador ha progresado, ha ofrecido un rendimiento regular en un contexto difícil por la mala marcha del equipo y el caos del club, no es de los que han salido de fiesta, no tenía una ficha alta y ha sido buen profesional con el único lunar de aquel gesto a la grada, del que acabó muy arrepentido. Luego está el futbolista. Cancelo decidió que sus días en València llegaban a su fin porque está convencido y cree que puede ser uno de los mejores laterales de Europa. Una postura que hay que respetar aunque eso no puede suponer una pérdida para el club que apostó por él cuando no era nadie. De hecho, por una cuestión de cotización al Valencia CF también le interesa que triunfe como lateral derecho, aunque no sea aquí.

Lo fichó Peter Lim antes de ser el máximo accionista del club, pero los 15 millones al Benfica los pagó el Valencia CF. Lo hizo con el compromiso de su representante, Jorge Mendes, de que el club jamás perdería dinero con este jugador. Así será, tanto si el Inter asume la opción de compra como si el Valencia mantiene sus derechos a final de la temporada, su paso por aquí habrá sido un buen negocio.

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