Aunque Juan Ignacio se propuso desdramatizar la realidad sin variar ni un ápice los hábitos, era evidente que el 3-5 ante el Rayo se iba a traducir en una necesaria terapia de grupo para enterrar el pasado, olvidar lo extradeportivo y apelar a la unión como única vía de éxito. El vestuario sabe que no está para más tonterías.

Las caras de los jugadores reflejaban una mezcla antagónica entre la desilusión por no atajar la caída libre y un extra de motivación por demostrar que la versión de la primera vuelta no fue un espejismo. Con una victoria ante el Espanyol todo cambiaría. De la última ya ha llovido demasiado: el 10 de diciembre contra el Sevilla. Más información en la edición impresa.