Tras la época de Pedro Villarroel, la división de poderes se había convertido en una de las señas de identidad del nuevo Levante. Existía una voluntad férrea por distanciarse de las prácticas del expropietario, potagonista habitual del día a día con futbolistas y técnicos. El resultado fue la independencia total, incluso a veces excesiva, entre los asuntos deportivos y del vestuario con los de la directiva. Un estilo incuestionable con Luis García y también con Juan Ignacio hasta que el nerviosismo hizo acto de presencia. De hecho, pese a que en tres años y medio Quico Catalán había visitado la caseta bastantes veces, nunca había protagonizado un discurso como el del pasado jueves, directo a la fibra.

No es que ahora Quico pretenda hacer alineaciones ni discutir la autoridad del entrenador, pero lo cierto es que su charla con los jugadores, a la que se sumó después su viaje en el autocar del equipo y hasta su presencia en el entreno en Barcelona, es un punto de inflexión respecto a la política del ´laissez faire´.

En Orriols hay quien considera que la semana pasada supondrá un antes y un después respecto al ´síndrome Villarroel´, entendiendo por tal los reparos que hasta ahora había tenido la directiva en levantar la voz de cara a los jugadores en territorio del técnico, aunque fuese con una arenga con fondo positivo cuyo provecho casi nadie ha cuestionado.

Lo cierto es que los días previos a la visita al Espanyol han sido los más complicados de la temporada. La racha de malos resultados coincidió con la explosión del ´affaire Botelho´ y el reproche de Quico al grupo por una serie de comportamientos que, según dijo, perjudicaban al club «en el aspecto social». También el Consejo, que se reunió por la tarde, mostró su preocupación. Y es que las indagaciones internas dieron como resultado, entre otras y variadas sospechas que, sin llegar al extremo de Botelho, otros dos futbolistas podrían haber también dejado la concentración, aunque ellos sí volvieron a tiempo.

La preocupación en el club motivó que la pasada fuera una semana de movimientos y reuniones internas en la que el vestuario tuvo la sensación de que el presidente, por primera vez, les ponía el aliento en el cogote. Fue así como se gestó que el viaje a Barcelona fuera por carretera un día antes del partido en lugar de en el Euromed, que es lo que se había previsto inicialmente.No en vano, se juntaron muchas cosas que enrarecían el ambiente. Desde las quejas de Rubén por no saber nada de su posible renovación —el asturiano y su agente han llamado en reiteradas ocasiones a la puerta del club preguntando por el tema— hasta la bala de Jordà a Juan Ignacio a pesar de que sabía desde tiempo atrás por boca suya y también de Manolo Salvador que no contaba.

No hay duda de que la victoria en Cornellà ha sido balsámica. El nerviosismo había empezado a cundir y algunas cosas a sacarse de quicio. En mitad de tanta tensión, el partido se asemejaba a un examen para el míster, cuya gestión del grupo parecía haberse puesto en entredicho.

Hay que finiquitar la salvación

La apoteósica manera en la que se celebró la victoria ante el Espanyol es significativa del aprobado y del sentimiento del grupo, que desde el Bernabéu tenía buenas sensaciones pese al varapalo de la segunda mitad contra el Rayo. La dinámica del equipo en el día a día apenas varió, pero aun así se encontró el cambio de imagen deseado y sobre todo el extra de rendimiento que le venía faltando. Amén de la serie de novedades en el once inicial, JIM apostó en Barcelona por correr los mínimos riesgos en defensa y a partir de ahí cortocircuitar al Espanyol.

Pasada la tempestad, el futuro se vuelve a ver ahora con más calma. El gran objetivo en este momento no pasa por Europa, sino por aprovechar el próximo mes de competición para finiquitar la permanencia y no volver a dormirse. Eso sí, es indudable que después de lo ocurrido todo va a ser diferente. Mejor o peor, pero seguro que nunca igual.