Parafraseando al propio Rubi, el primer objetivo en lo que queda de Liga BBVA debe ser «evitar la autodestrucción». Solo remando con todas sus fuerzas y en la misma dirección, los granotas tendrán opciones reales de salvación, matemáticas al margen. La hecatombe del domingo en El Madrigal, además de irrepetible con la campaña tan avanzada y el equipo tan hundido en la tabla, tiene también un carácter ejemplarizante. Hace falta una catarsis a todos los niveles, desde el club hasta la plantilla, pasando por el técnico.

En la vuelta al trabajo en Buñol, Rubi empleó la charla previa para hacer ver a sus pupilos la gravedad de la situación. Endureció su discurso y, al hilo de las manifestaciones realizadas en Vila-real por Verza „donde este cuestionase los altibajos del equipo„, llegó a decir que parece que «los únicos que creen siempre en la victoria» son él y sus ayudantes. Además, el de Vilassar invitó a los allí presentes a pensar si están «dando el máximo en cada partido», como desvelaría posteriormente Morales: «Nos ha dicho que miremos dentro de cada uno y que él sigue confiando en que podemos sacar la situación adelante. Tenemos que dar un pasito adelante todos». También los responsables del club, cuya tibieza o tardanza a la hora de adoptar decisiones (Quico no bajó al vestuario hasta ver al equipo con el agua al cuello) tampoco ayudan.

En privado, el entrenador no se mostró tan indulgente como lo había sido en la rueda de prensa de El Madrigal. En la misma había dicho no tener ningún reproche respecto a la actitud de sus pupilos; es la puesta en escena, en todos los sentidos, el principal debe del técnico. Él mismo recordaba, como en anteriores derrotas, que los goles del rival habían llegado de acciones trabajadas durante la semana. Los granotas cayeron «en la trampa», y el catalán debe ser señalado como el primer responsable por ello.

Su apuesta colectiva por tener «protagonismo con balón» ha resultado productiva recientemente en el Ciutat, frente a equipos de la zona baja (Rayo, Las Palmas y Getafe) y con refuerzos del calibre de Rossi o Morales en su mejor momento. A domicilio, o ante equipos con más recursos tanto en ataque como en defensa, para lo máximo para lo que ha valido ha sido para morir en la orilla. Las carencias en la presión o en los repliegues han condenado a los granotas a más de un suicidio innecesario. Y con 12 jornadas por jugar, y al menos seis victorias a lograr para optar a la salvación, ya no hay margen para experimentos.

Los errores individuales y la falta de intensidad son dos rémoras propias de la plantilla. Esta ha adolecido por momentos de concentración, y en muchas ocasiones de personalidad. Con muchos jugadores recién llegados o recién superada la veintena, se echa en falta la presencia de más veteranos que conozcan la realidad del Levante y puedan tirar para adelante del resto en situación comprometidas. Morales se autoimpuso la responsabilidad de liderar al equipo, pero necesita de más apoyos en esa tarea. Ante esta ausencia de galones, resulta paradójico que tres de los cuatro capitanes, Juanfran, Pedro y Víctor, hayan tenido un papel residual (como mucho) en lo que va de 2016.