Para el Levante las victorias son un hábito adquirido. Y ya se sabe que no hay mayor fuerza que la de la costumbre. Sobre todo en casa, donde mejor se repite el guión con rivales algo respondones, marcadores sufridos y finales apretados. Para el mejor líder de la historia, al menos a estas alturas, tan rutinario como ganar es improvisar para hacerlo. Obligado a ponerse en escorzo, el Levante se repuso a tres mazazos: un gol injustamente anulado, un empate traicionero y una fase de descuadre. Y lo hizo, fiel a su estilo, tirando de manual: una acertada gestión de Muñiz con los cambios, una fortaleza mental a prueba de bombas y una dosis del mortífero veneno que Roger lleva en las botas. Todo ello coronado en el descuento con el broche de un golazo. Una carrera infinita de Jason, carne de mejora, con el apoyo de Casadesús, autor de dos asistencias y una de las tres sustituciones con las que el Levante amarró en la segunda parte un partido que casi se le escapa e la Primera. Con el Tenerife, ahora tercero, a la friolera de 17 puntos, sólo la matemática se interpone con el ascenso.

Ante un rival ahora hundido pero que en la primera vuelta fue su primer verdugo, el Levante entró caliente al partido con un gol de falta directa. Lo marcó Campaña, sin quitarse el guante del pie, con un golpeo pegado al poste derecho. Imposible para Razac, el portero, tan descolocado bajo palos como torpe al borde del área cuando tumbó en la jugada del crimen a Roger, delantero por el que los andaluces pujaron en verano y sometido a la pegajosa marca de una defensa con tres centrales.

De buenas a primeras, gracias al gol, la tarde parecía en orden. Sin embargo, con el Córdoba patas arriba, en lugar de ametrallar el Levante sólo disparó a ráfagas. Lo hizo primero Espinosa, le imitó otra vez Campaña, el auténtico centro de gravedad del fuego de artillería, y dio en el blanco Roger pese al aliento de Rodas. El gol, anulado injustamente por fuera de juego, habría sido la medicina perfecta para disimular el atasco en el que ya estaba metido un Levante sin fluidez en la medular.

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Con los focos apuntando a un lateral improvisado como Róber y con Natxo Insa sin dar abasto, las costuras del partido saltaron por los aires. De menos a más, el Córdoba llamó a la puerta de Raúl por medio de Juli, que obligó al portero vasco a una parada de balonmano. Cuando al de Cocentaina se le para el reloj, al Levante se le hace la hora y esta vez no aguantó al descanso. En una carambola del destino, Héctor Rodas marcó el gol que siempre habría soñado hacer con el Levante. El día en el que por primera vez se asomaba al Ciutat como rival, el Kaiser del Cabanyal voleó un saque de esquina a la red. Un golazo, el mejor de su carrera. No lo celebró, aunque apretó fuerte los puños y pidió perdón por ello. El Ciutat, que le tenía preparado un homenaje, se lo reconoció con aplausos.

En una situación de urgencia, y pese a haber varios jugadores con números, Muñiz tiró de desfibrilador. Otro acto rutinario. El primer cambio le tocó a Morales, sin miramientos, que no empezó la segunda parte. El segundo, sólo siete minutos después, a Espinosa, otro al que no le pasa una. Pero el tercero, aun teniendo a Verza calentando, lo evitó Roger. En su tercer disparo a puerta, el artillero reivindicó su condición de top en Segunda con un remate cruzado marca de la casa que dio en el palo antes de meterse. Una jugada con la que el de Torrent dio un golpetazo en la mesa. Lo mismo que hace el Levante cada jornada sumando de tres en tres. Hay rutina que son una bendición.

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