Hará falta una buena dosis de puntos contra el Celta y un '9' de los buenos, preferiblemente Arouna Koné, para que esto cicatrice. El Ciutat se giró contra su equipo por primera vez en año y medio, y con razón. El levantinismo mostró su hartazgo por lo visto ayer y, sobre todo, su preocupación por lo que está por venir en el mes y medio próximo: dos partidos ante los vigueses y el Madrid en Orriols, donde los granotas no

ganan desde finales de septiembre, y hasta cuatro salidas a cara de perro con el descenso a tres puntos de distancia. El 1-2 de la ida y la ilusión por llegar a cuartos de Copa, que el resultado de Cornellà había generado, saltaron por los aires. En este torneo solo habían dos cosas en juego. Ambas se perdieron lastimosamente ante el Espanyol: el orgullo colectivo y las ganas de agradar de aquellos jugadores habitualmente poco utilizados en LaLiga. El Levante se tragó enterito el trile de Quique. Enseñaba el técnico espanyolista los dientes en la previa, cuando afirmaba que saldrían a marcar cuanto antes, para que cuando se quisiera darse cuenta fuera su rival el que tuviera la bolita en su poder. Los de Muñiz, sin necesitarlo, se lanzaron de inicio a por la posesión y el primer gol.

Dos cosas a las que les ha cogido alergia, especialmente en el Ciutat. Consecuencia: un agujero como el de la capa de ozono a la espalda de

Chema, por el que penetró cómodamente Baptistao para picar dulcemente por encima de Raúl. Una vez abierta, los periquitos le cogieron el susto. Picotearon en la herida varias veces más a la contra, hasta desangrar al equipo y provocar la primera dosis de pitos en Orriols. Con un zurdazo al palo, a los que habría ue sumar los dos del encuentro de hace una semana, Gerard Moreno avanzaría el desenlace de su siguiente aparición en el área. Una galopada por la izquierda de Baptistao acabaría a pies de Toño, quien incomprensiblemente despejó contra el corpachón Raúl y dejó un remate a placer del artillero blanquiazul.

No había nada que hacer.Por mucho que la esperanza sea lo único que se pierda, según dicen. A cola del cabezazo al larguero de Jason, a centro de Toño en el arranque de la segunda mitad, se desencadenó la gran depresión. No erraron los granotas más pases fáciles, a un metro o menos de distancia, porque no tuvieron tiempo: dos de Lukic, uno de Ivi, otro de Shaq. El Levante no podía ni quizá quería; que sus compañeros

hubieran tenido que insistir a Nano para que presionara el saque de Diego López, justo antes del descanso, seguramente no tenga otra explicación.

Una vez perdido el pulso, el único recurso que quedaba era un subidón de adrenalina. Muñiz metió un último 'chute' con la entrada de Morales y la reconversión al 4-4-2: Bardhi y Campaña en el doble pivote y Jason de acompañante de Boateng en ataque. El ghanés e Ivi habían aparecido en la segunda parte en sustitución de Nano y Samu, a quienes solo se les podría elogiar no diciendo nada de ellos. El encuentro y el devenir copero azulgrana moriría de la manera más triste: sin remates entre palos ni siquiera balones colgados al área en busca de la épica.