Muñiz no es el problema, pero a día de hoy y después de una vuelta liguera con un sólo triunfo, las dudas a nivel interno sobre si tampoco es la solución cada vez son mayores. Sobre todo tras una goleada como la de Anoeta, en la que las esperanzas de las últimas jornadas se evaporaron con una vuelta a las andadas. La ocasión la pintaban calva, pero el Levante se reencontró allí con su peor versión, la de un equipo aséptico, complejo que se daba por superado, y sin signos de recuperación tras el mazazo del Derbi. Todo un papelón en la mesa para un club que, tras no lograrlo en enero, sigue necesitando modificar la dinámica en la que está metido. Pese a no haber tocado aún la zona de descenso, el trastazo a manos de la Real Sociedad confirma una tendencia suicida que va más allá de allá de fichajes peores o mejores y de árbitros.

Y eso que el Levante empezó en Anoeta igual que acabó en Mestalla, con un penalti en contra. Uno parecido no al que Medié pitó sobre Zaza, sino al que pasó por alto sobre Kondogbia. Un agarrón de Lukic al reaparecido Agirretxe de los que de cien, en efecto, se pita uno siempre y cuando el árbitro no lo vea tan en alta definición como lo hizo Jaime Latre. El estirón a la camiseta, pese a la rigurosidad de la decisión, fue en sus morros y el silbatazo inmediato. Especialista a balón parado, el otro gran quebradero para Muñiz, Xabi Prieto transformó la pena máxima con el sabor agridulce de irse lesionado tres minutos después.

De buenas a primeras el partido se volvió a poner, de nuevo para variar, donde más le cuesta a un equipo para el que cada vez con menos margen cualquier contrariedad termina siendo un mundo y que venía ya de tres jornadas seguidas en las que por unas cosas u otras se había visto obligado a ir contracorriente. Tras el 1-0 el equipo se quedó clavado, sin nadie que tirara del carro en el trivote del centro del campo, con un Pazzini aburrido arriba y con las clásicas muestras de fragilidad defensiva a poco que a Canales le daba por carburar. De sus botas nació precisamente el 2-0, tras poner al segundo palo un balón en el que Juanmi le ganó a Coke fácil la espalda y con el que el partido llegaba al descanso igual que en A Coruña salvo porque la Real Sociedad seguía con once y no como el Dépor.

Sin tiros a puerta ni plan de juego ni milagros desde el banquillo, lo del Levante fue a partir de entonces una lenta agonía hacia la derrota, sin nervio ni visos de mejoría. Sin diques en la medular, la Real encontró muy fácil a Odriozola y fue un milagro que el roto no fuera peor.

Muñiz estiró el descanso al máximo, metió a Roger por un Lukic del que la única noticia fue el penalti y a partir de ahí no quedó otra que cruzar los dedos para evitar lo que apenas tardó un rato corto en ocurrir. Producto de la falta de tensión defensiva, Canales se deshizo de los rivales que le salieron al paso levántadose del suelo para marcar un golazo e inflingirle al Levante un merecido castigo a su indolencia. Para entonces, con tres goles de desventaja y gracias, ni Roger ni Rochina en sus primeros minutos, ni tampoco Boateng, servían de nada para un Levante que se había reencontrado definitivamente con sus peores fantasmas. Unos que vagaban como si fueran almas en pena.