Fue el sábado pasado cuando hablábamos de la última entrevista de Emery con el vampiro Llorente porque el presidente del Valencia presume de que le gusta sacarle la sangre a los entrenadores y, según contaban, no sólo a los entrenadores. Pues ahora que parece que se ha puesto de moda hablar de tecnócratas y de que el presidente farda de haber implantado la ley marcial en las oficinas, diré que a mí me da lo mismo si se acabaron las sonrisas porque un guardia vigila hasta el más leve movimiento de cada trabajador del club. No lo apruebo, pero entiendo que no es noticia más allá de alguna cosa que escapa por ahí. A mí lo que me molesta de verdad es que el entrenador esté tan manifiestamente solo en momentos duros. Y si me molesta no es por el entrenador —más que nada porque no tengo demasiada fe en él después de que dijera que Dealbert es un ejemplo y dos días después ni lo convoque a pesar del evidente mal estado de forma de Rami y Víctor Ruiz—, me molesta porque quien sale perjudicado de este incomprensible ejercicio de ostentación de poder es el Valencia. ¿Para qué queremos un presidente que presume de sacarle la sangre al entrenador si no le echa una mano cuando más lo necesita? Menos transfusiones y más enfrentarse a los problemas, que los hay. En mi cabeza resuenan una y mil veces las palabras de indignación del colega José Miguel Vigara hace unos días en el Supermurciélago cuando decía aquello de que «nos quitan la ilusión de cada domingo, que no es otra que ver ganar a nuestro equipo». Empezaré a preocuparme si por culpa de esa manera aritmética de ver las cosas nos creemos que ser terceros y caer en semifinales de la Euroliga con el Manchester City es suficiente cuando no lo es porque lo dice la grada y porque del Valencia manda la gente y nos las acciones por mucho que impongan presidentes y planes de salvación económica absolutamente necesarios. Esto no es un mensaje de populismo barato, no trato de decir que se haga lo que diga la grada, lo que digo es que en fútbol no siempre valen los balances y me preocupa que esa manera aritmética de procesar pase por alto que la gente está hasta las narices. Me preocupa que el Valencia sea más de ciencias que de letras y no acierte a ver que un equipo de fútbol que no conecta con su gente está muerto. Me apetece decir aquello de «que no se extinga la llama alimentada generación tras generación», pero lo mismo no lo entienden... ¡Qué pena!

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