A unos no les gusta la portada de un periódico y otros la consideran justa y necesaria. Para el de más allá no es el momento de hablar de sustitutos pero los hay que ya hace tiempo habrían cambiado al entrenador. Y los hay también más radicales en sus postulados —en el fondo son los más felices y con los que más me identifico más allá de mi intento de ejercer de periodista que pocas veces consigo— que sólo entienden el fútbol en una dirección, la de animar. Tienen su cuota de razón lógica, «si no es para animar, ¿para qué vas», y parten de ese punto de partida irrechazable que dice que el fútbol es pura diversión, que se inventó para que la gente lo pase bien y que mejor no llevarse a casa los problemas del partido ni tampoco llevarse al partido los problemas de casa —o del trabajo—. Entienden el valencianismo, y por extensión el fútbol, como algo ilógico e irracional hasta el infinito y más allá y no asumen la más mínima crítica hacia su equipo por la única y exclusiva razón de que es su equipo. Estar en Mestalla siempre es una fiesta para ellos. Digo más, pisar Mestalla cada semana es un orgullo. Si lo piensas bien, en este negocio, ellos son los más felices porque nada les impedirá pensar que llegará el próximo domingo, cogerán otra vez la bufanda y camino del estadio se mirarán a los ojos para decir aquello de «Amunt Valencia! Hoy ganamos». Y dará igual si, como pasa ahora, el Valencia no gana un partido ni por error, porque ellos, en su infinito, sincero y simple optimismo, llegarán a su sitio de toda la vida y de reojo mirarán al sabiondo de siempre, a ese que se pasó la Liga criticando a Benítez hasta sólo unos partidos antes de que ganara la Liga —todos sabemos que los hubo— y se reirán de él mientras le saludan sonrientes con el brazo alzado sabedores de que les devuelve la sonrisa como por encima del hombro. Da igual, ellos, los de la bufanda, se reirán porque aunque sea por unos momentos, ser incondicional sin remedio es más rentable. La incondicionalidad te crea menos dolores de cabeza y te evita la situación de tener que elegir; no hay otra opción. Sólo unos días después de escribir que me bajo del barco de Emery no puedo pedirle al mundo incondicionalidad, pero sí una reflexión. Para ellos no importa el problema, importa la solución. Ellos se quedan con lo poco que queda entero en el corazón... Joder, ¡qué lección! ¿Dónde está mi bufanda? La solución somos todos. Tiempo habrá para ponernos la corbata...

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