Tres finales consecutivas y tres derrotas. Un golpe difícil de digerir para alguien que es el número 3 del mundo y que además ya había perdido sus cuatro finales anteriores en 2013. Pero Ferrer es de otra pasta. Si cae, se levanta; si pierde no busca excusas; y si el rival le gana, le felicita y hasta la próxima. Su madurez es tal que acepta hasta con excesiva humildad que hay otros mejores que él, pero por si algún día se le pasa por la cabeza bajar los brazos, que piense cuántos tenistas han podido jugar nueve finales en un año, aunque sólo ganara las dos primeras. Es algo para elegidos.