Pues sí, Mestalla parece ya ser otra cosa. El gris del último y aciago quinquenio empieza a reverdecer. Primero porque la gente vuelve. Ni siquiera Llorente y su política de liquidación de activos consiguió acabar con la afición. Segundo porque alguien que piensa ha decidido meter al estadio en el siglo XXI. Lo que antes parecía una barraca de venta de pipas ahora brilla a la altura del club que juega en él. Fuera cartelitos de mil colores, banquillos antediluvianos y el tachín tachán de la época del chocolatero. Y tercero, y más importante, porque han vuelto futbolistas que de esto saben y bastante.

El salto de calidad

Tiene Nuno a sus órdenes justo lo que hace falta para salir del furgón de mediocres en el que el equipo ha viajado demasiado tiempo. Por eso se ganó ayer al Espanyol un partido que la temporada pasada probablemente se habría perdido. Donde antes campaban a sus anchas el muslito de Ricardo Costa y la cara de no saber por qué ha empezado a llover de Víctor Ruiz, ahora ruge Otamendi, un tigre enjaulado, tatuado hasta la nuca pero con la contundencia de una división Panzer. El humo japonés de Feghouli ha dado paso a la deflagración ensordecedora de Rodrigo. Y un sinfín de medianías han tenido que corretear sin pena ni gloria para que por fin llegase un tipo como André Gomes. De momento, con eso sobra para tumbar a Málaga o Español. Si además se les encuentra un sitio en el banco a Piatti y Fuego, uno puede empezar a soñar con hazañas mayores.

Ganar con poco

La buena noticia es, pues, que no necesita mucho el Valencia para hacerse con la victoria. Un cuarto de hora intenso, un contraataque muy bien llevado y la calidad de los recién llegados bastaron para deshacer el muro visitante. Un Español que lleva once partidos sin ganar en Liga, que se dice pronto. El Valencia apunta maneras. Anuncia, por ejemplo, la vuelta de aquellos contraataques eléctricos en los que basó su gloria reciente a poco que Negredo y De Paul se integren en el once. Pero tiende a desactivarse. Desconectado Parejo, al que ayer le sobró un punto de soberbia, el Valencia dejó al Español hacerse con las riendas durante una fase del encuentro que bien pudo haber resultado fatal. Un error del madrileño dejó a S.S.N. -¿Sin Soberanía Nacional?- García sólo ante Alves. Un asistente amigo previno males mayores, pero dejó claro el mensaje de que la intensidad debe ser algo innegociable. En ese terreno es donde Nuno lleva ventaja a sus antecesores inmediatos -digamos que no lo tiene muy difícil-, ninguno de los cuales supo transmitir el hambre de triunfo a sus futbolistas. Las fisuras de un sistema que, lógicamente, aún no está bien ensamblado las ha sabido de momento suplir el equipo mordiendo en cada balón y no huyendo del choque.

Hay alternativas

Y así, en una Liga en la que cada partido es una emboscada, nos encontramos con un Valencia que vuelve a ganar por inercia y porque sabe marcar diferencias en ese lugar en el que desde hace un lustro se movía como un zombi: el ataque. Un pase a la red de Parejo y una pillería de Alcácer remataron el asunto, antes de que Fuego hiciera un penalti de pardillo que en otra circunstancia bien podría haber dado un disgusto -llueve sobre mojado, señor Fuego-. Cerrada la cancela como Dios manda, y en eso ha trabajado el club limpiando una línea defensiva repleta de restos de serie, las diferencias entre quedar octavo o luchar por la tercera plaza se dirimen en la portería contraria. Y por ahí el valencianista empieza a esbozar una sonrisa. Lo que hay ahora ya tiene buena pinta, pero uno quiere ver cuanto antes a los Negredo, De Paul y Zuculini con el balón en los pies ¿Cómo podía alguien dejar a futbolistas así en manos del Macanudo? Ha vuelto la cordura. Venía siendo hora.