La decisión de echar a Mendilibar es especialmente complicada porque en seis años el Levante no ha despedido nunca a ningún técnico y porque hacerlo implica también asumir el error de haberlo fichado. Sin embargo, nadie dijo nunca que las medidas drásticas fueran fáciles. Llegados a este punto de auténtica agonía en el que el técnico ha agotado su crédito de cara a los que mandan, cruzar los dedos esperando a que la situación se revierta ella sola sería lo menos arriesgado pero puede que no lo más correcto para el bien del Levante. Por eso, si hay que amputar, mejor cuanto antes. Pese a la pega de que sea en una semana con partido de Liga el viernes, que el entrenador continúe una semana más a expensas de otro resultado no parece conveniente por mucha relación pública con la que se quieran poner paños calientes. Se trata de una decisión de fútbol, igual que lo fue su elección cuando sobre el papel se presuponía una cosa que en la práctica no ha sido. Si el problema fueran sólo los resultados nadie se plantearía un cambio.