Hooligans, ultras, barras bravas... Da igual cómo se denominen a estos grupos de aficionados radicales que muchas veces están relacionados con tendencias políticas tan radicales como sus sentimientos por la camiseta que defienden en los estadios.

La violencia en el fútbol ha existido siempre y por desgracia un servidor cree que seguirá existiendo, pero no perdamos la fe. Muchos pensamos que los Mundiales o JJ.OO deben ser las guerras modernas que antaño se llevaban por delante a miles de guerrilleros y ahora mantienen a los soldados más activos pendientes de un juego de pasiones, pero juego al fin y al cabo. Resulta imprescindible discernir entre 'ultra' y violento, ya que aunque muchas veces se confunden, no hay que olvidar que muchos estadios estarían mudos si no fuera por el aliento de algunos de estos grupos sectoriales.

Algo estaremos haciendo mal todos los componentes de esta sociedad. Desde las instituciones gubernamentales hasta el aficionado de sofá, pasando por los clubes, medios de comunicación, etc... Sí, los medios de comunicación que informamos de los éxitos y fracasos de nuestros equipos tenemos mucho que ver en esto. Nuestro deber, lo que demandan nuestros lectores, es que se les mantenga informado de todo lo posible y eso es lo que tratamos de hacer lo mejor posible, pero a veces nos pasamos de frenada. ¿No basta con contar lo ocurrido, añadir el vídeo (si lo hubiera) e indagar lo necesario dentro de los límites éticos? ¿De verdad hace falta cebarse con el personal? Puede ser que sacando a la luz las miserias de unos pocos miserables logremos que algunos se piensen dos veces el decantarse por el camino de la violencia, pero ¿y si estamos alimentando al monstruo? Sea como fuere el verdadero culpable siempre será el autor material de los hechos, ya que cada uno es libre de obrar y no es racional acusar, como hacen algunos, a la prensa de señalar el camino de la violencia. Causa-efecto, eso sí.

Todos tenemos nuestra parte de culpa y aunque sólo fueron uno, dos o tres los que golpearon a 'Jimmy', fuimos todos los que rodeamos a este mundo del fútbol los que sujetamos la barra que le condujo a su final, dejando huérfano de padre a dos niños que nada tenían que ver (ellos son las principales víctimas). El fanático gallego acudió a una cita con la muerte a sabiendas de que ésta podía acudir puntual, como así fue. Pudieron ser muchos otros y quizá tarde o temprano se repita aquello de "quien a hierro mata, a hierro muere", pero si todos ponemos de nuestra parte, esa lacra de violencia desmedida podría ser erradicada, sino de esta sociedad, por lo menos sí del mundo del fútbol. Miren que lo mismo el hombre-masa de Ortega y Gasset se está transformando... y no a mejor.