Estamos siguiendo la Copa América y vemos cosas curiosas. Al fútbol se le describe como «un deporte de caballeros jugado por villanos», mientras que el rugby es «un deporte de villanos jugado por caballeros». Este viejo dicho inglés viene a exponer que el rugby es un deporte bastante brutal en el que, a cambio, los jugadores respetan las reglas al máximo. Al acabar el partido, tras haberse dado hasta en el carnet de identidad y haberse arrancado por enésima vez los lóbulos de las orejas, se van a beber cervezas los dos equipos en lo que ellos llaman ´el tercer tiempo´, en el pub de marras, con vendas en las calvorotas, y contando anécdotas a carcajadas. Algo impensable en el fútbol. En el balompié, tan exquisito en el trato del balón y con la participación de las manos prohibida, los futbolistas son más tramposos. Y desde luego, cuando acaba el partido es mejor no coincidir en el bar, porque entonces la pachanga va a continuar allí seguro.

Artimañas

En el fútbol, la artimaña es muchas veces el recurso que el débil tiene para ganar al fuerte. Pero en la era del Gran Hermano las cámaras cazan hasta lo que piensas. Hay una concienciación cada vez mayor en los medios de que no puede haber sitio para el tramposo. Discrepo, en parte. El fútbol es un deporte que permite fullerías y engaños y forma parte de su encanto. Si el árbitro te pilla dejándote caer en el área sin motivo, te sancionará y punto. Pero el exceso de cámaras conlleva que se rearbitren los partidos en los Comités. Si el árbitro no lo vio, no lo vio y punto. La gente dice: «Hay que dejar espacio a las tecnologías». Pero eso diferenciaría el fútbol rico del pobre aún más. Cuando uno juega un partido amateur, quiere que lo que juega sea lo más parecido posible a lo que juegan sus ídolos. Hoy, todavía es el mismo deporte. Pero si dejamos que la tecnología arbitre los partidos, habrá que llamar a lo que jugamos por las calles otra cosa, pero ya no será fútbol.

Límites

En la imperfección del fútbol reside su belleza. Que todo dependa de un tipo con pito es lo que genera debates, lo que vende cafés, lo que da vidilla al lunes. Y que haya trampas también. Otra cosa es, ¿dónde está el límite? El otro día, en la Copa América, el chileno Jara le metió un dedo en el culo a Cavani. Literalmente. Éste le atizó un mandoble y fue expulsado. Dejó a Uruguay con diez y Chile ganó el partido. Un dedo cochino valió oro. Al chileno puede que le cueste el contrato en el Mainz 05 de la Bundesliga. Para mí, la vara de medir el límite es bien sencilla: ¡no hagas nada en el fútbol profesional que no tendrías valor de hacer en un partido de Segunda Regional! Dejarte caer, empujar, agarrar del pantalón, adelantar la pelota, provocar un penalti, son trampas lícitas. Pero, ¿meterías un dedo en el culo a un rival en un campo perdido? Ni de coña. ¿Morderías a otro jugador? Le das el domingo a la patrulla de la Guardia Civil€ y a tu madre.

Antecedentes

En los viejos tiempos la tele sólo cubría con un plano general el partido. Cuando dicen que Messi es mejor que Maradona, piensen que Diego vivía con marcaje al hombre y el central dándole más que a una estera. ´Milonguita´ Heredia, un argentino en el Barça de Cruyff, reconoció haber pinchado con un clavo a Marañón en un derbi contra el Espanyol. Bilardo se puso las botas contra los ingleses en la Intercontinental del 68 entre el Estudiantes y el United, y le pisó una lentilla a Stiles, que también era un perla. Charlton tuvo que recibir varios puntos. El portero chileno Rojas reconoció haberse autolesionado con una cuchilla de afeitar en el año 89 en las clasificatorias contra Brasil para Italia ´90. Fue sancionado a perpetuidad. El fútbol caminaba por el filo del abismo, porque la impunidad del profesionalismo evitaba la tragedia inmediata. Afortunadamente, las cámaras han cambiado la historia. La esencia está en el equilibrio. Que Neymar le dé un pelotazo a uno, se admite. Roja y cuatro partidos. Meter el dedo en el culo, no se admite. Morder, tampoco. Eso en el fútbol amateur no se ve, pero cuidado porque los profesionales son escaparate y referencia de los jóvenes.

Última hora

Todo mi romanticismo por el fútbol me lo matan las idas y venidas de fichajes sin sentido. El año pasado le dimos duro a Mathieu porque se fue al Barça. Era su última oportunidad de ganar algo tras cinco años aquí, y a fe que lo ha hecho, pero no gustó nada su decisión. El chico estaba a gusto en Valencia y se le notaba. Se esforzó en aclarar sus motivos. Sin embargo, Otamendi se quiere largar descaradamente, tras un solo año de los cinco de contrato. Es el mejor central de Europa, lo ha tenido todo, pero ha tardado muy poco en tener hormiguillo, y tampoco vamos a beber los vientos por quien no nos quiere. A Mustafi también lo va a marear el Madrid. Nosotros traeremos a Rüdiger del Stuttgart y volveremos a renacer, como cada año. Pero esta sangría tiene que parar. Hay que conseguir que se quieran quedar. Si no, es difícil tener sentimiento de club ellos y motivación nosotros. De todas las novedades, me estimula Bakkali. Es eléctrico, técnico, jovencísimo, y me da la sensación de que se cree muy bueno. Y en un jugador la autoestima, para triunfar, es muy importante. Pero para el sentimiento de club, la autoestima también es necesaria. Y el zoco veraniego de cada año la mina. Que acabe esto y empiece la Liga ya, por favor. Con los que sea. Pero ya.