Ha pasado un año, pero el Levante se encuentra en el mismo punto que cuando Mendilibar estaba sentenciado en vísperas de recibir al Real Madrid. Es el día de la marmota: lesiones, malos resultados, contratiempos a mansalva, jugadores bloqueados y una propuesta de fútbol que ni en la caseta interpretan ni en el club comparten. La diferencia, eso sí, está en la crispación. Por un lado, la del ambiente enrarecido a raíz del sarvismo. Y por otro, la de la definitiva ausencia de feeling entre Alcaraz y el resto del mundo azulgrana, nada que no se viera venir cuando se le renovó pese al mar de dudas que había. Ni Manolo Salvador ni Quico Catalán, expuestos ahora a la onda expansiva de una posible destitución, se la quisieron jugar a salir de la zona de confort que significaba otra permanencia. Craso error. Tan sólo hacía falta ver cómo presidente y director deportivo pedían perdón por la temporada y el técnico se quedaba solo poniéndola en valor, por no mencionar que con sus altibajos la relación entre los tres siempre ha estado lejos de ser fluida. Los verdaderos motivos del distanciamiento ya habrá tiempo de desmenuzarlos como toca porque, las cosas como son, la situación extrema obedece a la sensación de cortocircuito deportivo más que a si hubo rajes o no en su polémica rueda de prensa o a la mano que haya tenido Rafita. Eso sí, sus declaraciones escocieron mucho.

Lo mejor sería ganar este domingo

Alcaraz caerá si las cosas vuelven a salir mal este domingo, aunque lo cierto es que vincular el futuro de un entrenador a un resultado concreto es tan injusto como habitual. Excepto giro radical, la situación es insostenible y para bien o para mal hay que solucionarla, bien ratificándolo hasta final de curso -con todas las de la ley- o cortando de raíz. Alcaraz, guste más o menos, es un buen técnico y todos sus argumentos se sostienen con datos. Manolo, guste más o menos, no puede someterse a un examen continuo acierte o falle. Y Quico, guste más o menos, capea las olas de la tormenta perfecta. Cada uno en lo suyo, entre los tres no han sacado un proyecto común y el estado emocional del vestuario es la muestra de ello. Además de por el bocado, ya que una rescisión rondaría los 700.000, lo mejor sería ganarle al Villarreal y hacer borrón y cuenta nueva, pero sólo si todos se lo creen. Y si hay que cambiar, sin experimentos.