No es tan importante quién tire el penalti como el juego de egoismos que se intuye detrás, una situación que Mestalla supo detectar in situ cuando de repente muchos aficionados empezaron a corear el nombre de Paco Alcácer y que Nuno, de puertas para afuera, resolvió explicando que «lo importante es que el penalti fue gol». Sí, desde luego es importante que un lanzamiento de penalti acabe en gol, pero en el minuto 88 de un partido que está con 2-0 igual la circunstancia se puede aprovechar para algo más que para hacer el tercero. Tampoco ho hubiera sido la primera vez.

Desde luego, lo principal era no montar un conato de incendio de lo que venía siendo una noche festiva, de esas que tanto se echaban de menos ya en Mestalla, y ahí es donde Alcácer quizá se equivoca. Es el egoismo del delantero, más o menos comprensible en una situación límite como la que presentan los tres teóricos goleadores del Valencia. El error de Parejo es otro. Él es el lanzador oficial del equipo, lo que ya es de por sí una responsabilidad enorme que le obliga a no esconderse nunca, pero además es también el capitán. La decisión de cederlo a un compañero no es algo que se le deba exigir, tiene que nacer de él, bien porque hay un compañero que lo puede necesitar más o porque considere que el gesto se va a valorar positivamente en el vestuario. Hay veces que un equipo va más o va menos en función de pequeños detalles como este.

Los dos se equivocan y también lo hará Nuno si, más allá de que de cara al exterior su obligación es quitar hierro al asunto, no lo aclara convenientemente dentro. El equipo no está para agoismos sino para demostrar con hechos que está unido, es solidario y todos reman en la misma dirección. Y para eso tiene que aprovechar cualquier oportunidad que se presente por intrascendente que parezca para hacerlo visible.