Salvador González ´Voro´ exprimió al límite lo poco que tenía para plantar cara al Barça, planteó un partido inteligente con un equipo que nunca, NUNCA lo dio por perdido, ni antes de que rodase el balón ni después de recibir el mazazo del gol, hasta el último instante y hasta agotar la última gota de energía. Mañana volverá a sus labores de delegado y puede hacerlo con la satisfacción de haber prestado una vez más un servicio impagable a la entidad. Haciendo lo que tiene que hacer un entrenador y un hombre de club, que es transmitir seguridad al equipo, tranquilidad al entorno, sacar el máximo rendimiento a los jugadores que tiene. Se podía hacer prácticamente un once titular con los jugadores que no tenía para jugar este partido, Negredo, André Gomes, Mustafi, Javi Fuego, Feghouli, Cancelo, Rodrigo, Barragán, Orban y Alves, pero no hubo una sola queja, ni una sola excusa, así es como Voro empieza a allanar el camino de lo que puede volver a ser este Valencia bajando a la tierra y haciendo las cosas con criterio. Una lección de humildad y profesionalidad que no pasará inadvertida para la propiedad, mucho más visto lo visto. ¡Voro quédate!

Silbidos por aplausos

No ganó este partido pero el resultado es mucho más que una victoria. El Valencia recupera en solo una noche la credibilidad como equipo que había perdido, cambió Espírito por espíritu, el de ese Valencia al que es muy difícil ganar porque nunca se rinde. Y lo que tanto buscó el anterior entrenador sin acertar a encontrarlo, cambiar silbidos por aplausos. Lo que no puede ser, es imposible. El equipo devuelve a sus aficionados la sonrisa después de seis meses de tristeza. Mestalla vuelve a creer, a ilusionarse con este sueño que con egoismos particulares le estaban robando poco a poco. Al final ha tenido que ser por encima de todo la afición la que le ha hecho ver al propietario dónde estaba el problema y cuál era la solución. No puede estar más que agradecido a pesar de que al final, por la razón que sea, dicidiera no honrarnos con su presencia.

Latre

No se puede olvidar lo que había enfrente. Messi, Neymar, Suárez, Iniesta, Rakitic... por no hablar del daño que hicieron las aportaciones puntuales de Santiago Jaime Latre, el árbitro de un partido que olía a chamusquina. Y era inevitable, aunque ya a mitad de semana empezaban a llegar desde Barcelona indicios de que el relevo en el banquillo del Valencia no era una buena noticia para ellos. Después, el resultado de Barakaldo servía para levantar el ánimo y, también por entonces, supimos que en Mestalla se colgaba el cartel de lleno por primera vez esta temporada. Aquí nadie, ni el equipo ni la afición, estaba dispuesto a tirar la toalla, no sin antes plantear una dura batalla. No sin volver a comprobar lo que somos capaces de conseguir juntos. Si había que caer, sería siempre con las botas puestas. Esa es la materia que se encuentra el nuevo entrenador para empezar a trabajar, sin duda bastante mejor de lo que podía imaginar. Mestalla vuelve a vibrar como no lo hacía en mucho tiempo. Lo hizo durante gran parte del partido con el susto en el cuerpo y ya desatado en esos últimos quince minutos en que sus jugadores, movidos por el deseo más que por las piernas, respondieron a un impulso casi irracional para irse al ataque en busca del gol, una quimera. Las explosión.

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