Neville dijo que en la charla antes del partido puso todo su empeño en que los futbolistas borrasen de la memoria todo el horror de esos minutos finales que provocaron la catástrofe del Athletic. Eso en concreto no lo consiguió. La puesta en escena en La Rosaleda solo invitaba a pensar en lo peor. Más allá del gol recibido, los nervios llevan a las dudas -o al revés- y todo ello a las contínuas imprecisiones que acaban aprovechando la mayoría de los rivales. No deja de ser curioso, los jóvenes futbolistas del Valencia tienen un año más que la temporada anterior. Con ellos, Gayà, Mustafi, André o Alcácer, en el equipo que salió a jugar había una serie de hombres ya curtidos como Alves, Barragán, Santos, Fuego, Parejo, Feghouli y hasta Cheryshev. Las dudas y los nervios no son tanto por la edad, más bien es la inseguridad de una trayectoria errante, la inestabilidad táctica, la presión añadida que atenaza a un equipo que es bastante mejor de lo que reflejan sus registros y su posición en la tabla.

Al menos, tratando de alejar los fantasmas de Aduriz, Beñat y demás, Gary sí consiguió algo importante. Su equipo hizo casi todo lo malo que tenía que hacer por esta noche en los primeros veinte minutos y se rehizo en los setenta que vinieron después, poco a poco fue solidificando su posición en el campo, acabó ganando y sin conceder apenas opciones al Málaga. El Valencia cambió esta vez el orden de los factores y con ello el resultado. Siempre se dice que lo que permanece en la mente es lo que ocurre al final. En la del aficionado y sobre todo en la del propio futbolista, pensando ya en ese enfrentamiento con el Atlético. Un partido, para qué engañarnos, temido por todos. El Valencia ha perdido muchos partidos esta temporada, sin duda demasiados, pero en Mestalla no ganaron ni Barcelona ni Real Madrid. Esta victoria es el punto de partida para afrontar el próximo.

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