La gran paradoja con la que ha de lidiar el levantinismo este curso es que el incremento presupuestario y el gasto en fichajes ha diluido el modelo, en lugar de fortalecerlo.

Joaquín Caparrós, José Luis Mendilibar, Lucas Alcaraz y Rubi. La lista de los últimos inquilinos del banquillo granota delata una de las causas de la decadencia sobre el césped: la ausencia de un proyecto deportivo sólido. En los últimos tiempos, la planificación ha dejado paso al cortoplacismo y la improvisación, evidenciando la incapacidad de la dirección deportiva granota para sobreponerse a la abrupta salida de los referentes del proyecto nacido en Oliva. La transición necesaria nunca llegó, y hasta el momento, se ha sobrevivido a base de constantes bandazos que han derivado en la ausencia un patrón de juego definido.

De este modo, resulta lógico que en paralelo surjan voces críticas provenientes de las categorías inferiores. Las incoherencias a la hora de definir el estilo del primer equipo condicionan y dificultan el trabajo y la transición necesaria desde la base a la élite de las nuevas generaciones, algo que el club no debería de descuidar en ningún caso.

Inocente, frágil e inconsistente. Son los males de un Levante plagado de buenos propósitos, pero irreconocible para la mayoría de aficionados. Los desplantes de Eibar y Villarreal fueron un torpedo para el orgullo y la autoestima de una hinchada cuya única exigencia a la plantilla es el compromiso con los colores.

Este domingo, los jugadores tienen la oportunidad de redimirse, en un encuentro cargado de simbolismo. Es el momento de que ellos den un paso al frente, y que demuestren que están dispuestos a pelear hasta el último aliento por un Levante en Primera División. Ellos tienen la última palabra.

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