El tiempo en Fallas engaña. Luce el sol pero a la sombra hace frío. Valiente de mí me fui al Ciutat en manga corta. Me dejé la chaqueta en casa y pronto la eché de menos. Tenía frío en mi pupitre de prensa allá en lo alto de tribuna. Así que la solución de urgencia fue bajar la grada en busca del sol. Me senté en la primera fila. A pie de campo. Casi a ras del césped. Ahí donde, más que fútbol, ves las caras de los jugadores. Ahí donde ves de verdad los gestos, miradas y reacciones de los futbolistas. Ahí donde me empecé a dar cuenta de que el Valencia nunca iba a ganar el Derbi. Ni aunque en lugar de cinco minutos el árbitro hubiera descontado veinticinco. Porque vi caras de futbolistas que parecían no creer en lo que estaban haciendo. Desmotivados. Desconectados. Sin tensión. Ni ilusión competitiva. Estaban ausentes. Nadie sentía ni padecía. Jugaban por inercia. Se dejaban llevar. La sensación era que estaban en el campo porque tenían que estar. Parecía que el partido no iba con ellos. Es culpa de ellos, pero también del que no supo enchufarlos. Lo que vi es preocupante. Lo que no escuché también. No había comunicación en el campo. Nadie hablaba. Nadie corregía a nadie. Ni siquiera se echaban en cara un mal pase o una mala posición. Todo parecía dar igual. Todo parecía importar bien poco. Y así es como el Valencia echó el Derbi a la basura. Al final cayó de lado del único equipo que lo buscó, lo quiso y lo mereció. Sin actitud, no podía ser de otra manera.

«Gary, quédate»

Mi improvisada posición en el campo también me permitió vivir el Derbi rodeado de aficionados. Entre ´xotos´ y ´granotas´. Las caras de los valencianistas sí eran un poema. Para ellos nada daba igual. Se sentían avergonzados de su equipo y sonrojados por las burlas del Ciutat. «¡Nosotros te queremos, Gary quédate!», cantaban. Tanta fue la decepción que los aficionados despidieron al Valencia con insultos. Al revés que la afición de Orriols. Podrá descender o no el Levante, pero esa afición está orgullosa de su equipo. Ayer se sintieron identificados con sus jugadores y esa es la mayor fuerza de cualquier club. Lo que ahora mismo no existe en Mestalla.

¿Remonta... qué?

El derbi siguió en el vestuario del Ciutat. Gary se encerró con sus jugadores para decirles que esta vez no los defendería y para exigirles un cambio de actitud de cara al jueves. Cuesta creer en remontadas. Porque no hay argumentos deportivos por ningún lado y porque, como me dijo mi padre -socio del Levante-, durante el partido: «Es de los equipos más flojitos que han pasado por aquí este año». Es la triste realidad de este Valencia que siempre te deja frío. Con o sin chaqueta.

Más artículos de Andrés García, aquí.