Los futbolistas están pagando los errores del club». Asumo como propia una de las reflexiones de Pako Ayestaran en Superdeporte como contrapunto para todos los veredictos que no van más allá del clásico los «jugadores ni siente ni padecen» o el popular son «una banda de mercenarios». Cada uno es libre de manifestar la frustración a su manera… El fútbol es grande por ese punto visceral. Sin ánimo de proteger o defender a nadie, creo que los jugadores son los menos culpables en esta triste situación. Lo escribo como lo siento. Comparto la rabia, pero si una parte de la plantilla está desconectada, atenazada por las circunstancias o -peor todavía- únicamente piensa en quien cobra más o menos y lleva meses meditando un nuevo destino, lo que está fallando, por encima de cualquier otro factor, es la fuerza de la institución. La situación del equipo es reflejo de las debilidades y la falta de identidad del club, vacío en muchos sentidos. Ese deterioro en la «dignidad y la grandeza», que refleja la carta que la Agrupación de Peñas ha mandado a todos los presidentes pidiendo unidad, también ha atravesado el vestuario hasta contaminar a los futbolistas.

El sufrimiento

La plantilla lleva sufriendo muchos meses, confundida en sus principios, superada por el clima de alta tensión y triturada por la espiral de malos resultados; está mareada por el paso de cuatro entrenadores, con cuatro sensibilidades distintas, se siente expuesta y desprotegida. Tras la marcha de Salvo y Rufete no ha existido una autoridad con credibilidad capaz amortiguar la caída y producir una reacción sólida. En ese contexto, la confianza, la autoestima o el genio son un imposible y como consecuencia no hay rendimiento estable. El equipo no pierde por falta de actitud; la sensación de querer y no poder de la mayoría de jornadas tiene que ver con el síndrome de burnout y una respuesta prolongada de estrés, con sus destructivos derivados: fatiga, ineficacia y negación de lo ocurrido. Por eso, todos parecen peor de lo que son. Ni un sólo futbolista resiste la comparación con la temporada pasada. Orban, por ejemplo, tampoco se ha liberado, cuando hace doce meses estaba secando a Bale.

La motivación

Ayestaran está trabajando para recuperar la motivación, que es la llave para activar lo que más se echa de menos: máxima implicación, energía para el compromiso y disciplina. Por encima de la táctica o el físico, el factor ambiental y su impacto sobre las emociones es esencial. La unión también se entrena, de ahí la insistencia de Ayestaran en huir del miedo durante la mini convivencia de El Saler. En esa dirección, el entrenamiento a puerta abierta en el Puchades y el recibimiento en Mestalla deben tener un efecto radical. Vicente lo expresó de maravilla ayer, recordando el partido ante Osasuna de 2008, tras el cambio de Voro por Koeman en el banquillo, cuando el Valencia también coqueteó con el descenso: «El recibimiento nos impresionó a todos… Nos dimos cuenta de para quien juegas cuando te pones la camiseta del Valencia». Aquel grupo -con Albelda, David Villa, Silva, Mata, Angulo, Baraja, Marchena o Cañizares- era totalmente consciente de lo grande que es el Valencia y éste, seguro que también, pero necesita confianza, estímulos positivos, intensidad y determinación.

La emoción

A falta de una figura capaz de trasladar todo eso de golpe, la conjura del valencianismo ante la adversidad es decisiva. Voy con la referencia que Ayala hizo en SUPER respecto al ambiente: «Esta afición no tiene griestas, si el equipo está enchufado, la gente lo va a sacar adelante». Se ha llegado a un punto donde Mestalla tiene que hacer psicólogo, preparador, estratega y presidente. No hay otra. Parece una arenga barata, pero es puro fútbol. En un momento de duda, el futbolista —debilitado y frágil— necesita que le recuerden todo aquello por lo que comenzó a jugar, emocionarlo y recuperar su maltrecha capacidad para emocionar. Es un camino, el equipo tiene que reflejarse en la fuerza de su afición e impregnarse de su compromiso sin condiciones. Como pidió la Agrupación de Peñas, asegurada la permanencia, tiempo habrá después de reproches. La gente lo volverá hacer por su Valencia.

Los valores

Esta redicho, pero Peter Lim lo tenía hecho y decidió complicarse. Amadeo Salvo estaba en contacto con la gente -conectaba con una mayoría- y desparramaba pasión; Rufete defendía el fútbol. Entre los dos controlaban el clima y el ambiente. Había un proyecto con un equilibrio de fuerzas interesante. La llegada de Suso García Pitarch es una respuesta ante aquel error. En el éxito o el fracaso es fundamental el liderazgo y la cohesión, los equipos se construyen con valores y el arquitecto es el entrenador. García Pitarch tiene una labor importante si quiere volver a recuperar la identidad. Tiene que decidir bien. La falta de planificación (Abdennour nunca puede ser Otamendi), la ambigüedad, la falta de sinceridad, el control… Sin Rufete, Nuno generó un ecosistema inestable centrado en el ego, donde el negocio mandó sobre el juego y la lealtad se conquistaba con dinero. Eso generó desigualdades, valores equivocados y fragilidad. En unos pocos meses detrozó el reparto de roles y la línea de liderazgos dentro del grupo. ¿Rufete tenía defectos? Claro, pero proporcionaba una visión de futuro, apoyo, arropaba al vestuario, defendía un modelo, creía en La Academia, estimulaba unos valores y conseguía que el jugador se sintiera especial en el Valencia. Proporcionaba coherencia y todas las fuerzas del club generaban un clima de máxima motivación. Ese entusiasmo se sentía en cada rincón; así consiguió sacar lo mejor de cada uno. Eso es lo que hay que recuparar.

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