Las previsones más optimistas en los planes de un equipo en su asalto a la Fórmula 1 establecen un periodo de tres años para desarrollar el coche y la estructura de equipo para, a la siguiente temporada, optar a ser campeones del mundo. A veces hay sorpresas, como pasó en 2009 con Brawn GP que logró el título en su primer año. Es verdad que el equipo de Ross Brawn no salió de la nada: era la herencia que dejó una desesperada Honda y fue, también, el germen del actual equipo Mercedes.

Lo destacable en el equipo alemán es que no se han bajado de esa primera posición de absoluto dominio en los últimos tres años. Aunque esta última temporada parece un tanto más animada por la alternancia en el liderazgo entre sus pilotos, los tres años consecutivos reducen algo la diversión de los espectadores. Son tres temporadas, como las tres puntas de la estrella de su logo que representan que en su origen la marca alemana construía motores para tierra, mar y aire. Ya no hay más puntas en la estrella: veremos si con el cambio de reglamento en 2017 otro equipo consigue brillar más.

Atascado en la chicane

Hamilton falló de nuevo, esta vez en la salida, y se vio obligado a remontar toda la carrera, mientras Rosberg dosificaba la ventaja que su liderazgo le otorgaba. Lewis fue escalando posiciones, pero no pudo ni acercarse al alerón trasero de Rosberg y en su camino se topó con un muro llamado Max Verstappen.

El joven piloto holandés sacó provecho de la tracción de su Red Bull a la salida de la chicane e hizo que la ventaja del Lewis con el DRS no sirviera de nada. El inglés, desesperado, lo intentó antes de la chicane pero Max cerró la puerta sin chocar con nadie, mejor que lo que hiciera Prost con Senna allí mismo en 1990. Hamilton se fue largo y allí se perdió la segunda plaza y probablemente otro trozo del título de pilotos.

La «calma» con la que Nico dominó en Japón le puede servir para remachar su primer título: al alemán le basta con ser segundo detrás de Hamilton en las carreras que restan, para ser, por fin, campeón.

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