Ganar una Liga de Campeones no es garantía de continuidad en el banquillo del Real Madrid, como pasó con Del Bosque, pero sí fue el aval que apuntaló a Zinedine Zidane en el Bernabéu. Con su media sonrisa y sus declaraciones a media voz, siempre elegantes y respetuosas, encara el francés las situaciones relativizando, con la normalidad del que ya está de vuelta de todo. El problema, más por inesperado que por grave, le ha llegado en cuanto ha querido experimentar.

Hasta ahora sus predecesores, fuera el portugués Mourinho o el italianoAncelotti, habían intentado apuntalar el entramado defensivo del Real Madrid fortaleciendo el centro del campo e intentando convencer a su innegociable tridente ofensivo -Bale, Benzema y Cristiano- de la necesidad de echar una mano en la tarea. Zizou, quién sabe si bajo la influencia de los despachos o de los ánimos llegados desde la grada en favor de Morata, probó en Varsovia frente al Legia una fórmula nueva: más madera en ataque, sumando al canterano a la BBC, aunque ello supusiera dejar a sus centrocampistas -Kroos y Kovacevic- bailando con lobos.

La decisión, arriesgada, le salió bien durante la primera media hora; algo a lo que contribuyó de manera muy especial el tempranero y espectacular gol del galés Bale a los 55 segundos, el más rápido de la historia del club en la Liga de Campeones. Una media hora inicial en la que el cuadro polaco parecía estar disputando un entrenamiento, sensación agrandada por la ausencia de público en las gradas. Sin embargo, el 4-2-4 comenzó a fallar cuando el Real Madrid dominaba el choque con un 0-2 que se presumía balsámico pero que acabó por adormecer a un grupo de jugadores que en lugar de levantar trincheras facilitó autopistas hacia su área por las que transitar a los jugadores polacos.

En el primer gol, obra de Odjidja-Ofoe, el jugador del Legia se paseó desde la banda derecha hasta el borde del área blanca ante la mirada impasible de Kovacevic, sobrepasado por su rival justo antes de lanzar un zapatazo que acabó en la escuadra izquierda de Keylor Navas; en el segundo fue Radovic quien recibió lejos del área y se acercó hasta ella sin oposición para, de nuevo, batir al costarricense con un derechazo desde lejos, y en el tercero fue Moulin quien, de nuevo desde fuera del área, totalmente solo, superó al guardameta blanco con otro certero disparo que acabó en el fondo de la red previo toque en el poste.

No tardó Zidane tras el partido en asumir las culpas de lo sucedido, pero no sin antes mandar un mensaje que no es la primera vez que intenta transmitir a sus jugadores: la falta de intensidad. «Nos faltó un poco de todo, un poco de intensidad, de movimiento, motivación y ganas. Empezamos muy bien, pero si no mantienes la intensidad necesaria para seguir jugando bien, es complicado, y después del segundo gol bajamos la intensidad».

El Madrid presenta unos notables números en ataque en la Liga de Campeones (12 goles a favor, los segundos más realizadores, empatados con el Arsenal y sólo por detrás de los 14 del Barcelona) a pesar de que sigue pagando las «urgencias» de Cristiano Ronaldo por ser el primero en alcanzar la centena en la competición (sigue con 98 tras no lograr marcar ninguno de los ocho goles que le hizo el Madrid al Legia), pero ya le han marcador más goles (7) que los que recibió la campaña pasada (5) en todo el trayecto hacia su undécima Copa de Europa.

Los errores, de momento, no han pasado factura grave al Madrid. Es líder en la Liga, en su estreno en la Copa su «segunda línea» dejó decidida la eliminatoria (1-7) frente a la Cultural y sólo dos desastres le dejarían fuera de los octavos. Si de los errores se aprende, el Madrid debe sacar consecuencias de Varsovia: Zidane no puede complicar a sus centrocampistas a los pies de los caballos y la BBC debe entender que el campo es más que el área rival.

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