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En tiempos de normalidad, el Granada habría sido una víctima propiciatoria para un Valencia necesitado de puntos. Pero como ya nada es normal, el equipo que ayer pisó Mestalla fue un rival directo para eludir el descenso. Como tal se comportó y en esa condición sigue después de arrancar un empate que le sabe a gloria. Poco que objetar a un resultado que de poco sirve a unos y a otros. Al fútbol pleistocénico del Granada, que, con la nueva propiedad asiática ha pasado del fútbol vistoso de Paco Jémez a esto que propone Lucas Alcaraz -tan lógico como empezar con Ayestarán y continuar con Prandelli, si nos ponemos exquisitos-, el Valencia ofreció lo acostumbrado: un ataque a trompicones sin más sentido que la inspiración del momento y un enorme agujero en la parcela central por la que el Granada, mientras estuvo entero, bien pudo haber hecho un roto irreparable. Si nos dicen que Ayestarán no se ha marchado, nos lo creemos.

El horror

Alcaraz lo tuvo claro. Su fútbol no es de este siglo. Tampoco bebe de los manuales clásicos del pasado. Es de inspiración más bien precolombina. Cinco atrás, cuatro en el medio y uno arriba para ver lo que pilla. Y le siguen contratando. En el Granada, para acabar de rizar el rizo, tiene que lidiar con un montón de jovenzuelos africanos sin más rigor táctico que el que les enseñó la calle y un portero que sería al fútbol lo que el bombero torero a la lidia. Eso es lo que tenía ayer delante el señor Prandelli. Y se le atragantó. Pudo, incluso, ser peor. La primera parte de su equipo fue paupérrima. La desgana de algunos de sus futbolistas, rozando en el escándalo. Apenas Cancelo, que parece, por la cara que pone y las ganas que le echa, no ser consciente de que está jugando en este Valencia pre-descendente y desangelado, ponía algo de mordiente a un ataque en el que los de siempre hacían lo que bien sabemos que van a perpetrar. La apuesta del entrenador local por el 4-3-3, como si estuviera entrenando al Barça vamos, no partió al equipo porque ni siquiera hubo tal cosa. Parejo pareció tomarse el día libre, mientras que Suárez y Pérez volvieron a demostrar que si no son la menos apta pareja de medios centros que ha tenido el club en su historia, no se quedan lejos. Ver al capitán valencianista quitarse el balón a sí mismo nos recordó a aquel episodio en el que Ever Banega, casualmente -o no- también argentino, fue capaz de atropellarse con su propio coche. De manera que los chicos de Alcaraz recuperaban el balón y se plantaban delante de Alves como Pedro por su casa. Fallaron todo lo que pudieron porque los chicos no dan para mucho más, pero al final les acabó entrando uno. Quien no viera el partido de ayer y sí el del Betis, pues lo mismito. Para esto podía haber seguido Pako.

Demasiado tarde

La segunda parte fue un poco otra cosa. Marcó pronto el Valencia en un error de Nani. El partido del portugués fue para enseñar en las escuelas de fútbol del Real Madrid, ya me entienden. Que acabase marcando sólo se puede achacar a algún tipo de malentendido. El Granada se vino abajo. No es que hubiese estado muy arriba porque su concepto de fútbol, lo más parecido al fútbol del colegio que se ha visto por Mestalla en años, no admite ese calificativo. Pero las piernas ya no daban para correr sesenta metros con el balón en los pies sin mirar a nadie y como si el mañana no existiera y regalarlo al llegar al área contraria, que es lo que habían hecho hasta entonces. Los de casa, vete tú a saber por qué, subieron un punto la intensidad y llegaron a tener alguna ocasión. Pero ya sabemos lo que hace este equipo con las ocasiones.

El nueve y otras cosas

Para acabar, varias reflexiones cortitas y al contrario, como les gusta a los medios centros del Valencia. Ojito con Prandelli. De cinco partidos ha ganado uno, el primero, en el que seguramente seguía por ahí el aura de Voro. El resto, un fiasco. Lleva poco tiempo pero su empecinamiento en ciertos futbolistas empieza a oler a chamusquina. Cuidado también con el famoso nueve que hay que fichar. Si García Pitarch sigue con el olfato de los Suárez, Siqueira, Nani, Munir y compañía, acabará jugando Rodrigo. El debate ha alcanzado tal nivel de simplicidad que parece que cualquier nueve (¡hasta el suplente del Celta!) le sirva al Valencia. Y no es así. Para terminar: los inverosímiles elogios a Gayà no le hacen bien alguno. Llegué a leer que con su regreso Prandelli podía respirar tranquilo. El estancamiento del joven lateral es más que preocupante. Ayer fue un coladero en defensa -no es la primera vez- y su aportación en ataque es ya casi inexistente. Su caso recuerda cada vez más al de su buen amigo Alcácer. Una lástima.

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