Tengo un enorme respeto por muchas personas. Prandelli está entre ellos. También lo tengo por Suso GarcíaPitarch. Muchos ya no. Aun así, creo que en los ámbitos profesionales hay muchas personas que trabajan con mimbres que los aficionados no comprendemos. Como todos los hábitats, el fútbol se mueve por hilos transparentes que no siempre son detectables. Pero es evidente que todo lo que ha pasado en estos días es enormemente perjudicial para el club, y se ha hecho de la peor manera posible. Por parte de todos. Como aficionado, en esta columna sólo pedíamos la semana pasada pax romana. Silencio. Trabajo. Pero aquí sólo hay micrófonos. Dos mascletaes a la vez. El club le ha dado a la prensa en tres meses el equivalente a tres años de titulares en cualquier otro club. ¡Gracias! No se podía acabar peor. Enhorabuena a todos los participantes por dejarnos para Reyes el regalo que no pedimos: «Manual de cómo no».

Campanadas

Lo cierto es que Prandelli renuncia a su finiquito y, más allá de que hay que negociar los de los asistentes (y desconocemos las relaciones contractuales entre ellos) poca gente se va renunciando a un solo duro. Prandelli aplica códigos de honor, y los aficionados nos movemos espiritualmente por ellos. Desde que dijo lo de fuori se notó que estaba hasta las narices. Pero si se quedan todos los que le sobran y no le traen lo que pide, el que avisa no es traidor. El código es sencillo: si me echo el vestuario encima y no me lo limpian, y de cuatro fichajes pasamos a uno, y si el que quiero quiere venir y cuando vuelvo de vacaciones no está, apaga y vámonos. Si el club es lo que es y no lo que debería ser, el que se va fuori es él. Irse antes de que empiece el 2017 es muy simbólico. Cada uno vive a su manera. Pero nos dio las uvas.

Responsabilidad

Habrá gente que pensará que Prandelli es un héroe. Otros, que ha abandonado la nave. Lo cierto que que seis puntos en tres meses le delatan. Se agradece su filosofía y su espíritu, pero en el césped no ha hablado igual que en los micros. El equipo no será bueno, pero no parece tan malo. Y sobre Suso, se podrá decir mucho. Que su mejor acto de valencianismo sería irse ya. O que se queda porque así cobra su sueldo. Otros, entre ellos él, que quedarse es un acto de responsabilidad. Y habrá quien piense que lo mejor es que se larguen todos. Pero aquí estamos hablando de copilotos: Suso, Prandelli, Layhoon, el nuevo... y no de quien verdaderamente está al mando. El que ha fichado y puesto en el cargo a todos esos. El misterioso hombre en la sombra. Lo malo de ser un ser intangible es que te puede salir bien y ser como un dios, o mal y que te parezcas más a Voldemort.

Monopoly

Da igual que estén Suso, Prandelli, Layhoon o Pixie y Dixie. En sociedades tan verticales suele delegarse poco o nada. Aquí se detecta el miedo. Da la sensación de que hay miedo por todo. Miedo a la prensa. Miedo a los aficionados. Miedo a la crítica. Miedo a delegar. Miedo a tomar decisiones. Miedo a que las tomen otros por ti. Miedo a que los balances no cuadren. Miedo a todo... menos a que te asesoren Mendes y Mourinho, ¡que es precisamente lo que a los aficionados les da miedo! El mundo al revés. En Europa, un equipo de fútbol es como un Monopoly: hay que jugar, hay que ir de casilla en casilla, comprar y vender, equivocarse y acertar, y sólo el balance final hará que ganes o pierdas. Si no quieres arriesgar ni sufrir, mejor invertir en una franquicia de EEUU, que no descienden, y la última tiene prioridad para reforzarse.

Poder

Si, como dice Prandelli, tienen «miedo de las críticas», ¿saben que les digo? Que el club, más que nunca, sigue siendo nuestro. ¡Ese poder nunca nos lo quitarán! Por eso es tiempo de salir a la calle. De asistir en masa a Mestalla a la primera de cambio. De hacernos oír. Basta ya de callar, de ausentarse de la grada, de bajar el cuello y pensar que como no hay una cabeza visible a la que enseñar el pañuelo no hay nada que hacer. Nos temen. Y ni siquiera el temor es precisamente malo. El temor de Dios existe en la Biblia y existía en tu casa cuando tu padre te veía entrar ´tajado´. Y a partir de los treinta, igual haces las paces con tu padre y hasta le entiendes y te cae bien. La diferencia entre un dios y tu padre es que a tu padre lo ves, con sus aciertos y sus defectos, con sus imperfecciones. Le puedes asumir, comprender e incluso acabar siendo como él.

Fe

Pero un dios está tan ausente que para creer necesitas fe. El problema es que la fe depende de ti, no de él. Pues aviso: a nosotros, los aficionados, no nos queda. Cuando eso pasa, una de dos: o cambiamos de dios (dueño), o cambiamos de fe (equipo). Para los adultos, cambiar de fe es imposible. A estas alturas, es difícil empezar de cero y más fácil asumir los misterios de tu creencia. Los adultos somos más de cambiar de rey. Pero el problema son los chiquillos. A ver cómo convenzo a mi hijo para venir a Mestalla. A ver cómo lucho contra su atracción por la camiseta del Atlético, o jugadores como Griezmann. Para los niños, es más fácil abrazar otra fe. Y si eso se consuma, ni perdono ni olvido. Pero cogeré mis bártulos y emigraré al rugby.

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