Ingenuo o más bien tonto, como gusten, yo soy de los que entre los excelentes resultados de los dos primeros meses y el discurso encantador de Nuno Espírito Santo me había venido arriba, ¡pero muy arriba! Sin embargo, algo me pasó el 23 de noviembre, un qué sé yo del que me está costando recuperarme, y más ahora que el frío tampoco ayuda. Aquel día el Valencia visitó el barrio de Orriols con la posibilidad en la mano de dar un golpe de efecto y dejar claro quién domina en la ciudad en el arte del balón en los pies. He de admitir que me pudo tanto la euforia ese día que el guantazo granota acabó siendo terrible, aún me duele después de pasarme aquella tarde haciendo las cuentas de la lechera: «Si ganamos, terceros, pasamos al Atlético, nos ponemos a uno del Barça y a tres del Madrid». Dicen los mayores que de la experiencia se aprende, así que eso es lo que me toca...

Bueno, lo que nos toca, pues somos muchos, entre ellos el técnico del Valencia, los que andamos a la caza de un punto intermedio. Como rezaba la cancioncita de ´Danza Invisible´, se trata de aprender de lo vivido, «haciéndonos un hueco buscando el equilibrio», que «algún lugar habrá entre la cima y el abismo». Por eso, pese al 3-0 liguero al Rayo Vallecano y pese la reacción bronca y copera de la segunda mitad del pasado martes, prefiero ser cauto antes de asegurar que el equipo de Nuno ya ha superado la crisis que lo ha alejado de la élite de la Liga para acercarlo a una clase media-alta que abanderan Málaga y Villarreal. «Nos hemos ganado el derecho de creer en nosotros». Es lo que nos contaba el otro día Nuno después del 4-4 en casa con el equipo del afamado y temerario Paco Jémez y con la clasificación para los octavos de final de la Copa bajo el brazo.

Al soldado la fe se le supone. Y al aficionado valencianista lo de creer, con más o menos dudas en función de lo que ofrezca el equipo, es algo que le viene de fabrica más allá de accionistas, fundaciones, presidentes, entrenadores o futbolistas. Pero el termómetro que marcará la verdadera temperatura en la sangre de este Valencia se llama Ipurua. No es una marca sueca ni holandesa de productos médicos, Ipurua es el más parecido de los estadios de Primera a los antiguos campos de barro. El sábado en la gélida, y puede que lluviosa, noche guipuzcoana Mestalla no estará detrás, estarán 5.000 eibarreses pegaditos a la hierba. Enfrente, un bloque que sorprende al país jugando bien al fútbol sin renunciar a su aguerrido ADN. La clave del éxito tiene nombre propio: Gaizka Garitano. Un técnico racional que cerrará líneas si el partido se le pone de cara. Después del sinsabor de Granada al Valencia le llega ahora en Eibar el segundo examen Champions del curso. No hay un sitio mejor para apretar el trasero de igual forma que en la remontada contra el Rayo. Eibar es el lugar, es el momento de que los jugadores -el plan A, el B o el C- bajen al barro y demuestren a su gente cuál es la clase a la que pertenecen en esta Liga y, de paso, aumenten los niveles de fe.