Una de las grandes virtudes que tiene el valencianismo es que nadie puede imponerte la manera de vivirlo. Es un sentimiento libre, fuerte, que habita en el espíritu de cada uno. Por ejemplo, el menda que escribe estas líneas ha recuperado la sonrisa con las tres victorias consecutivas del Valencia CF de Pako Ayestaran. Incluso, lleva un par de días enfrascado en los reglamentos de la UEFA Europa League y los correos de un tal Bustillo -de parte de la Federación Española de Fútbol-. Poco a poco, va recobrando hasta la esperanza de que Europa no eche de menos al Valencia el año que viene, si roba al Sevilla FC la séptima plaza. Es una tarea difícil, pero no imposible cuando aparecen por delante personajes como Emery, Rami o Banega. Ellos tres son capaces de todo, capaces de perder un par más de partiditos en la Liga y, algo más fácil todavía, esa final de Copa contra el Barça. De todos modos, el miércoles un servidor no se hubiera levantado de su asiento en Mestalla para hacer la ola mexicana por los cuatro goles al Eibar después de una temporada deplorable. Sin embargo, este es sólo un caso particular. La afición valencianista es un ente por encima de individuos concretos. Es un todo pasional, un impulso común. Y, por supuesto, cuando se manifiesta en Mestalla es soberana. La controvertida ola mexicana deja una conclusión clara, como dice Carlos Bosch, es un zas incontestable a todos aquellos iluminados que desde la capital de este reino sin gobierno -o desde sus sucursales por aquí- hablan del Valencia sin tener ni puñetera idea de lo que significa para sus gentes. Un zas para todos los que durante años se han llenado la boca diciendo la tontería que sigue: «La afición del Valencia es demasiado exigente, algo trasnochada y muy complicada para su equipo, quiere verlo competir con clubes superiores». Cuando Mestalla pide gloria es porque la historia le legitima para hacerlo y si los protagonistas en el campo no pueden dársela, lo único evidente es que el problema no está en la grada. Cuando hace la ola tras golear al Eibar sólo está explotando, sacando afuera las ganas insatisfechas de ganar partidos. No es más que una afición ansiosa por disfrutar un poco al lado de su equipo, una afición alejada de la demonización que hacen de ella allí donde el Valencia molesta. Hay barra libre con las raciones de pasión para el sufridor valencianista; en cambio, el futuro del club requiere suma frialdad por parte del que manda para un análisis global del curso y para establecer los precios justos del banquillo y la camiseta del VCF.

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