Todo amante del fútbol siempre tendrá la fecha del 11 de julio de 2010 en su retina. Esa noche, en el fastuoso Soccer City de Johanesburgo, la Roja ganó su primer Mundial de la historia. Hubo nervios, pero a la vez ríos de ilusión antes de un partido que elevó al cielo a una generación que se merecía ocupar durante cuatro años el centro mundial, pero más allá del gol de Iniesta, el momento más emocionante para mí fue la aparición de Nelson Mandela sobre el césped. Sin él no se habría disputado el Mundial en Sudáfrica y su presencia en la final no estaba asegurada, pero cuando apareció, el estadio se vino abajo emocionando incluso a los que viven a miles de kilómetros. ¿La anécdota? Las vuvuzelas. Sí que existían aunque por sí solas no podían crear la sonoridad que se vivió, de ahí que formaran parte del hilo musical de los estadios por orden de la FIFA. ¿Se imaginan partidos sin ambiente? No se podía permitir.

Para la Roja todo fue un cuento de hadas a pesar de la tensión inicial y tras la final se desató la euforia en los futbolistas, aficionados e incluso periodistas, aunque entre la tropa alguno se ganara la etiqueta de ´hombre de hielo´. La selección dejó boquiabiertos a todos, aunque hay decisiones que sigo sin entender un año después. ¿Por qué el mejor jugador del Mundial no fue alguien de la selección campeona? Su fútbol sentó cátedra, no es que la Roja ganase de casualidad. Fue Diego Forlán, con su Uruguay cuarta. ¿Por qué la bota de oro, de máximo goleador, se la lleva un futbolista que lo logró con un gol en el partido que no debería existir, como es el del tercer y cuarto puesto? Fue el alemán Muller, eliminado en semifinales por la Roja, con los mismos goles que Villa, Sneijder o Forlán, que también marcó en el duelo de consolación. ¡Manda la mercadotecnia!

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