El Marathon de Sables es una ultramaratón por etapas donde la dureza de la carrera consiste en no solo la distancia, 257 kilómetros si no que además es una prueba de autosupervivencia en la que los participantes tienen que cargar durante los seis días que dura la competición con una mochila en la que llevan todo lo necesario, comida, ropa, saco de dormir, botiquín... A esto hay que añadir que se descansa poco y mal ya que se duerme en sacos de dormir y en una especie de tiendas de campaña en mitad del desierto. La dureza es más todo lo que hay alrededor de la prueba que la prueba en sí. Por eso la llaman la carrera mas dura del mundo. Y allí estaban cuatro valencianos, Diego Peydro y sus tres amigos, Eduardo, Cristian y David.

«Es una prueba muy física pero sobre todo es una prueba muy dura a nivel mental. Tienes que estar muy preparado porque la cabeza te sabotea cada momento de dureza y tienes que tener la mente muy preparada para no rendirte en esos momentos en los que ya no puedes más» asegura Diego ya en Valencia. «La prueba ha sido una pasada, físicamente he vuelto muy machacado pero estoy encantado porque he podido superar un reto que me puse hace un año, donde he invertido mucho tiempo de entrenamiento que he tenido que sacrificar de mi familia y amigos»

En la mochila llevaban comida liofilizada, que al final del día cuando terminaban la etapa la hidratan con agua para comer. También portaban una camiseta de recambio y otra de manga larga para la noche y un equipamiento básico que la organización obliga a llevar que consta de una brújula, un extractor de venenos por si les pica algún escorpión o serpiente. «Al principio la mochila pesaba unos 7,5 kilos más otro 1,5 de agua y conforme pasan los días va pensando menos, aunque la verdad es que al sexto día yo tenía la sensación de que la mochila ¡me pesaba más que el primero!» confiesa Peydro.

La carrera es por etapas, en la primera se realizan 37 kilómetros, en la segunda 42, la tercera otros 37, en el cuarto día fue la ultramaratón con 86 kilómetros y en la quinta otros 42. La sexta y última constaba de 17 kilómetros y tenía un fin benéfico ya que estaba patrocinada por Unicef. En total 257 kilómetros. «Ya no son los kilómetros es la dureza de correr en el desierto, no te lo puedes imaginar hasta que no estás allí. No es solo arena, hay unas dunas que parecen edificios de hasta siete plantas. Luego de pronto te encuentras una montaña o un lago que se ha secado y ahora es una recta de más de 15 kilómetros. Y todo esto sobre piedras y cayéndote un sol insoportables que de 12:00 a 16:00 horas la temperatura llegaba a los 45 o 50 grados» relata el prestigiosos odontólogo y ortodoncista valenciano.

Uno de los grandes hándicaps es que las circunstancias del desierto no las puedes entrenar. Diego había preparado su cuerpo entrenando en Valencia, por la playa, por a montaña y sobre todo mucho gimnasio pero luego «llegas allí y todo cambia. Tienes que correr a un ritmo mucho menor para compensar la diferencia de temperatura».

En esos seis días los valencianos acumularon muchas anécdotas. Diego cuenta varias como el día de ultramaratón que decidió prescindir de la esterilla para quitarse un poco de peso y «fue la peor decisión que tomé. Los dos últimos días dormí fatal, el ultramaratón me dejó físicamente muy tocado y sin la esterilla no pude descansar bien». El odontólogo también confiesa que otro de los grandes ‘errores’ que cometió fue que midieron mal la comida. «El primer día pensábamos que llevábamos demasiado peso y decidimos dejar un poco de comida en el campamento. ¡No sabes el hambre que pasamos después! Tuvimos que racionar la comida y compartirla entre nosotros». Compartir, una palabra que Diego repite varias veces, como una de los valores que más ha aprendido en esta experiencia.

Una prueba de supervivencia

La organización simplemente les da el agua necesaria para cada día por lo que también hay que saber racionalizarla. «En uno de los ‘check points’ me daban tres litros y decidí coger solo litro y medio para llevar menos peso... ¡qué mala idea! Tuve que racionarla porque el otro check point estaba lejísimos»

«Estoy todavía en una nube. Conforme pasa el tiempo voy dándome cuenta de lo que he hecho y puedo decir que esta prueba me ha aportado valores, capacidad de sacrificio, el compartir. Entre los compañeros nos curamos las heridas, si se te acaba la comida alguien te da de la suya, ves a un compañero que está escaso de fuerzas y le ayudas para que pueda seguir corriendo». Empezaron 1.200 personas y acabaron unos 800 y «ya éramos todos como hermanos. Yo quería terminar pero cada vez que veía que uno terminaba una etapa me ilusionaba. Es una pasada»

«Vivimos en una sociedad muy privilegiada, en la que no valoramos las cosas. Allí he aprendido a valorar las cosas más pequeñas. Mataba por una simple silla. Solo podíamos estar de pie o tumbados y ¡yo quería sentarme! o una ducha, porque estás seis días sin ducharte. La primera ducha que me pegué estuve dos horas bajo el agua, ¡no quería salir de ahí! Imagínate seis días corriendo y sin ducharte ni tomar nada fresquito. Cuando se acabó y nos dieron un kit de comida con un fuet y un quesito lo saboreé como si fuera el mejor manjar que había comido en mi vida»

Superviviencia pura, una aventura extrema cruzando el desierto, con solo una mochila y lo básico para sobrevivir, un reto que «solo entendemos los locos a los que nos apasiona esto».