Con lo fácil que es y lo que les cuesta a Valencia y Levante pasarse jugadores el uno al otro. Aunque no hay mercado en el que no lo intenten, Lucas Orbán ha sido la excepción que confirma la regla. La cesión del argentino reabre la puerta a una colaboración provechosa para ambas partes. Incluso podrían haber sido más, ya que en la mesa estuvo Vezo y también un De Paul que, visto lo visto con su regreso a Argentina, pasaba los controles de calidad pero no los de compromiso que sí está demostrando su compatriota desde que pisó Buñol por primera vez. Estaría bien que con visión de futuro y cruzando los dedos para que no haya sustos ni imprevistos, los dos clubes de la ciudad sigan siendo rivales en el campo y, al estilo del biscotto con el Villarreal, colaboradores en los despachos.

Manolo, como hecho a medida

Hablando de futuro y de despachos, Quico reforzó el otro día a Rubi, un técnico del perfil personal y amable de Oltra pero al que sostendrán o fulminarán los resultados, no las palabras del presidente. Distinto es el caso de Manolo, renovado de facto desde el fichaje de Cuero y arropado a diario por un triunvirato deportivo e indivisible que con Miguel Ángel como tercero en discordia es responsable de los éxitos y fracasos desde los tiempos de la ley concursal. En unos tiempos en los que sobran candidatos postulándose tanto de dentro como de fuera para un puesto tan goloso, las palabras de Quico fueron todo un aviso para navegantes ávidos de meter mano en los refuerzos. A base de intereses creados, hay orquestada una campaña contra el director deportivo, quien ajeno a las extorsiones continúa viendo cómo se le valora más fuera (ay si se supiera de eso que venía desde Mestalla) que en su propia casa. Con errores y aciertos, para el Levante no hay otro mejor que él.

El lío que hay en la escuela

Sobre el que pintan nubarrones es sobre Salavert, el director de la cantera. En medio de un movimiento de pinza por arriba y por abajo, no sólo parece apeado de la carrera por la hipotética sucesión, sino que o mucho cambia el panorama o está sentenciado. Más allá del manifiesto en su contra de 50 trabajadores, de lo que se cuenta y lo que se omite y de si es justo o no, a Salavert le ha pasado factura precisamente el día a día, que en un club como el Levante debe ser lo más importante.

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