Está escrito que con independencia de lo que ocurriera, el partido del Villarreal no sería definitivo. Así que, pese a los catastróficos resultados de la jornada, conviene dejarse de fatalismos por más que sea lo que en caliente pide el cuerpo. Sin embargo, una cosa es el análisis comedido y otra esquivar la realidad de que se puede perder pero no que te claven un puñal en el corazón. Para más inri, dos veces casi seguidas: en Eibar y ayer. Actuaciones así son completamente inadmisibles. Hay derrotas que entran en el guión, pero no debacles. Es más, con todo el dolor del corazón, un club como el Levante puede terminar descendiendo, pero con dignidad, honrando el escudo y sobre todo a los aficionados. En especial a los que dan su aliento en los malos momentos, valientes con derecho a manifestar su desencanto y que los jugadores den la cara ante ellos y aguanten el temporal. No es la clasificación ni los resultados, ni siquiera la nefasta imagen sobre el césped lo que escuece en estos días.

Despersonalización

El Levante está en el peor momento de su historia reciente teniendo el mejor equipo. No falla la calidad, sino la actitud y la personalidad de un grupo descabezado en el que para rematar la faena se está desperdiciando a un tipo como Juanfran. Si ésa es la receta, mal diagnóstico ha hecho Rubi, que a este paso va a necesitar a un Pako Ayestarán para que los jugadores lo entiendan y el día del partido no caguen lo que se ha preparado durante toda la semana (menos los tres días de fiesta). Fue un error estirar a Alcaraz y ahora se está en un punto de no retorno, sin margen de maniobra con un buen entrenador al que le para mal el traje de esta misión. Teniendo que rascar puntos de debajo de las piedras, encajar goles al contragolpe es inaudito, complicado de entender.

Representación oficial

Es de cajón que no sólo jugadores y técnico están en la diana. Vienen días intensos en los que, ojo, que todavía no hay nada definitivo. Por cierto, ¿por qué no hubo apenas representación oficial con los EDI?

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