La remontada por aquí, la remontada por allá. A todos nos chiflan los finales imprevistos. Y ni digamos ya sin son a favor nuestro. Filosofar sobre las razones del vencedor y profanar las cagadas del vencido. Es la mística que rodea a los milagros. Como aquel de Rubén contra la Real Sociedad, un obús en el minuto 93 con el que el Levante retuvo el liderato una jornada más. Tal vez de las hazañas más grandes del fútbol moderno hasta que el Leicester ganó la Premier. O la gesta del ascenso de Luis García, la del segle. Éxitos de orden técnico, táctico y físico que Valdano, como el otro día en plena locura, es capaz de razonar de un plumazo. Pero por el bien del fútbol de verdad, el de la sinrazón de un gol en el último segundo o el de los loosers que se fueron del Camp Nou con 5-1, mejor disfrutarlos sin más. Lo que queda para siempre grabado es el trallazo telescópico de Xisco, el calvo de Ballesteros en Cartagena, la celebración de Juanlu en Motherwell, el cañón de Koné al Madrid y el Moralazo. El sistema 3-4-3 de Luis Enrique, el cagómetro de Unai o el amistoso de JIM contra el Peñarol, por suerte, se olvidan rápido. Que no nos vengan con teorías, aunque sean verdad, ni con milongas sobre la fe inquebrantable y el esfuerzo. El mejor Levante de toda la historia, cuando el campo del Villarreal se llamaba El Madrigal, se gestó con unos jugadores que se partían la caja, bien lo sabe Juanlu, cuantos más socavones tuviese el campo. Nos gusta la imperfección, somos adictos a la emoción y, por descontado, nos relamemos cada vez que los planes salen bien.

Las paradojas del superlíder

Todo esto, no hay mayor fin, es para decirle a Muñiz que no se enfade. Que entienda a los aficionados, incluidos los prisas que pitaron cuando el Elche iba por delante. Al míster, como a Ranieri, hay que hacerle un monumento, sí. Pero también tiene que comprender que sin ese «runrún» que tan poco le gusta y sin ese «nerviosismo» de las cábalas no sólo por subir sino por hacerlo siendo los primeros y cuanto antes, el fútbol sería, con perdón, un aburrimiento. Que el Levante, líder de líderes, emocione lo justo es una paradoja. Engancha pero no enamora, es el mejor aunque no apabulle y, sobre todo, es arrebatadoramente previsible. Cuando Nino marcó antes de sudar, ni a un sólo granota se le pasó por la cabeza que no se fuese a remontar. Si algún día le hiciese falta, el Levante también voltearía cuatro goles. Y que nadie dude de que jamás le meterían media docena. Míster, tu a continuar ganando y nosotros a runrunear.

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