Hace unos años el Levante se convirtió en un modelo de gestión que se estudiaba en las universidades y del que tomaban referencias otros equipos. Un ejemplo a nivel deportivo, económico y social por cómo se utilizó el concurso de acreedores para que el club renaciera de sus cenizas. En el colapso de la administración Villarroel estuvo el origen de una remontada en toda regla. A velocidad de crucero, durante una intensa década, las cosas han ido cambiando sin parar. Tal ha sido su transformación que el Levante ha acabado por digerir a la perfección un descenso que nadie, absolutamente nadie, asumió como la consecuencia natural de nada. Al revés, jamás de los jamases se debió bajar con la plantilla y la estructura que había.

Objetivo conseguido

En Orriols, donde siempre ha estado claro cuál era el camino a recorrer, ha seguido habiendo un club de Primera capaz de hacer el mejor equipo de Segunda para que el trayecto resultase lo más corto posible. Con la friolera de 18 puntos de ventaja, los dos objetivos están conseguidos, tanto el del ascenso como el de hacerlo por la vía rápida. Igual que cuando el concurso, el Levante volverá a ser un modelo de gestión en universidades y para otros clubes sobre cómo reciclarse deportivamente después de sufrir un desastre, cómo generar buenas dinámicas de grupo y cómo implicar a todos los jugadores en un proyecto común.

A Primera y más allá

En los últimos años, gran parte del crecimiento granota ha tenido que ver con el advenimiento de un nuevo tejido social totalmente ajeno al prosaico yunque de la adversidad. Aficionados sin remilgos para ponerse a pitar por más que el equipo sea el mejor de la historia a estas alturas en Segunda. Pero esa exigencia, con la adecuada mesura, es buena. Sobre todo porque el modelo del Levante no sólo apunta a Primera. Al tiempo, que hablaremos.

Más artículos de opinión de Rafa Marín, aquí.