Cuatro de los cinco ascensos del Levante UD a Primera han sido en los últimos 13 años, lo que deja a las claras el histórico cambio de ciclo de una institución centenaria para la que la ilusión por llegar ha dado paso a la ansiedad por estar. Sólo así se explican las paradojas de este quinto ascenso, el menos emotivo pero quizás el más importante también con vistas a un futuro en el que el primer reto es dejar de ser un club ascensor y el segundo hacerse en propiedad con un puesto en el Top 10 de LaLiga. Con el objetivo en el bolsillo desde finales de año, el partido de la certificación matemática fue la cúspide una pequeña psicosis en la que un gol del Oviedo en el descuento, aun quedando seis partidos por delante, habría sido un tiro en el estómago. Así de alto ha estado el listón de exigencia para un Levante al que esa presión tampoco es que le haya ido mal a la hora de cumplir todas las expectativas depositadas en él.

Millennials granotas

Los cuatro ascensos que van ya desde el de 2004 en Chapín han dado pie a nueve temporadas en Primera. En el imaginario colectivo de los nacidos en el Tercer Milenio, no en vano, el relato del Levante ya no es el del yunque de la adversidad ni el de los mil y un malabarismos para seguir existiendo. Y eso que fue en 2008, como consecuencia de la insostenibilidad del modelo villarroeliano, cuando el club por poco no lo cuenta. Un descenso a los infiernos que casi una década después se ha transformado en ascensos celestiales, primero a Europa y ahora a la categoría de la que el proyecto se salió hace un año por accidente. El tránsito no ha sido sencillo y ha estado lleno de baches, en especial los que el club ha tenido que sortear en los juzgados por el supuesto amaño del partido de 2011 contra el Zaragoza y, todavía peor, el caso Barkero, una bomba que hizo temblar los cimientos del Ciutat. Sin embargo, lo que no ha matado al club, lo ha hecho más fuerte. Un destino que ha ido repitiéndose en un siglo largo y que volvió a ocurrir, una vez más, con la esperpéntica negociación de venta a Robert Sarver, el americano que estuvo a punto de subrogar el alma de un club 100 % valenciano.

Volver, volver, volver

Este regreso a Primera ha sido el del trabajo "a destajo" de Muñiz, el de las buenas maneras de Tito, el de la gestión racional de Quico y el de jugadores expertos en Segunda, un bloque hecho por y para el ascenso. El Levante no ha enamorado por su juego pero sí por sus valores y por haberse convertido, gracias a la conjunción entre todas sus líneas, en una máquina infalible de ganar. Desde una defensa infranqueable a un centro del campo con la magia de Campaña. Todo pasando por los goles del Pistolero al amor incondicional por el Comandante Morales, tal vez el jugador que junto al capitán Pedro López mejor simboliza lo que ha sido el «Volveremos».

El ascenso de TODOS

Todo empezó con ese mensaje, con el cartel en La Rosaleda del pequeño Diego, el representante de todos esos niños granotas que, como consecuencia de una visionaria política social, empiezan a ser el presente y no sólo el futuro de un club con un déficit de aficionados y la desventaja de convivir en València con un mastodóntico vecino. Lo demuestan el relevo generacional en marcha y la celebración de este último ascenso. En el Ciutat, en la fuente de Cuatro Estaciones y en la Plaza del Ayuntamiento han convivido pequeños, jóvenes y mayores. Todos con la misma emoción, desde los 85 de Paquito a los 7 de Diego.

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