El quinto ascenso del Levante a Primera ha sido tan aplastante que al final no sólo se ha quedado huérfano de la épica de los otros cuatro sino que encima se ha visto atrapado en una paradoja, la de que haciendo las cosas tal vez peor habría sabido todo quizás mejor. Gracias a la mano (dura) y a ese trabajo "a destajo" de Muñiz, clave en la confección y el desarrollo del proyecto, junto al discurso de Tito, la ausencia de un relato emotivo se ha suplido a la perfección con una hoja de estilo sobre la que escribir el futuro. Un horizonte por el que el Levante tiene que caminar sin cambiar el más mínimo renglón ni renunciar a su sello de martillo pilón. Se ha ascendido con muchas semanas de antelación no siendo un equipo de Primera, sino el mejor de Segunda. Con presupuesto de sobra, sí, pero muy bien aprovechado. Y con una buena prima por el objetivo cumplido que, a diferencia del apaño de la temporada pasada cuando las cosas ya se habían torcido, estaba clara y diáfana prácticamente desde el primer minuto. El club, sin haber titubeado, es hoy más fuerte de lo que ha sido nunca y eso es también gracias a los errores.

Marcar diferencias

Después de haber dicho por activa y por pasiva que una de las claves ha estado en adaptarse a una categoría en la que como proyecto e institución el Levante no pegaba, ahora toca hacer, por lógica, un equipo de Primera. Se trata, en esencia, de darle ese plus que ha faltado, de los pocos lunares vistos, en los duelos directos contra los de arriba. Quedarse con lo mejor, marcar diferencias fichando y, como ha ocurrido ahora, cumplir con las expectativas.