Te despiertas sobresaltado a mitad de noche y, con la rotativa cerrada y la mente en blanco, no te acuerdas de qué resultado le has puesto al partido. Horror. No te queda otra que esperar a que amanezca para comprobar si la angustia que te impedía dormir estaba justificada. Es por eso por lo que el teléfono de los redactores de cierre se termina convirtiendo en el de la esperanza para los pirados a los que nos da por ahí antes de ir al catre. Que, por cierto, acostumbramos a ser los mismitos que vivimos estacandos en la duda de si habremos apagado la luz, cerrado el grifo o escrito bien Bardhi. Tres ejemplos de cosas que haces tantas veces que al final ya no recuerdas cuándo y cómo fue la última.

El gol del que más me acuerdo

Todos estos prolegómenos son para contar que, en efecto, después del Italia-Macedonia de anoche tuve que llamar al periódico para que me confirmaran que a Bardhi, al que algún iluminado tiene por inglés, le había puesto la hache en su sitio, donde toca. La explicación, y por eso tanto rollo hasta aquí, es bien sencilla. Sinceramente preferí curarme en salud, evitar el riesgo de desvelarme y llegar fresco, habiendo dormido como Dios, a la celebración del quinto aniversario del Derbi del gol de Martins. Fue un partido, y esto lo redacto con el corazón en la mano, que un lustro después recuerdo como si fuese ayer. Y eso que realmente, verdad verdadera, ni siquiera lo vi. No estuve en el estadio, tampoco lo seguí por televisión y cuando llegué a casa pasé del resumen. Sin embargo, lo puedo demostrar, tengo guardado el periódico de aquel día, los mensajes de felicitación, la página de los Granotes con la dedicatoria de mis compañeros y la columna que mi amigo Felip hizo al respecto. Recuerdos imborrables del día en que nació mi hija, una niña a la que no le gusta demasiado el fútbol pero que a diferencia de su padre sí que es granota, igual que su hermano, desde la cuna.

Un delito que ya ha prescrito

Evidentemente, y aunque es muy bueno y tocamos madera para que no se lesione, Bardhi (con hache) no ha tenido tiempo de marcarme lo que mis hijos o lo que un tío que festejaba sus goles dando saltos mortales hacia atrás. Con Martins, ahora que el delito ha prescrito, cené una noche a espaldas del club en su pizzería preferida. A los postres, que él no probó, me soltó off the record que jugaría la eliminatoria contra el Olympiacos y que a partir de ahí «bye, bye», que lo tenía hecho en Seattle. Me atraganté, sí, de aquello también me acuerdo como si fuera ayer, son cosas que no se olvidan. Desde entonces no ha habido por aquí otro nueve como él. Ojalá para enero. Y, please, que se escriba fácil.

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