El otro día me sonó el teléfono nada más acabar Mon Granota, el programa de Levante TV, y pensé que ya la había cagado diciendo algo que no debía. Me pasa a menudo, lo de que se me escapen las cosas, cuando no sé por dónde meterle mano a esta columna de opinión. Pero es peor en la tele, donde una cámara retransmite en directo el momento en el que por un lado comienza a entrarme el miedo escénico y por el otro termina saliéndome el espontáneo que llevo dentro. Sobre esto el consejo por el que hasta ahora me guiaba era el de un gurú al que mi madre leyó en una revista que él tenía que ser responsable con sus lectores por el lugar que los periodistas ocupan en la sociedad. A lo cual mi madre matizó: «Tu haz igual, cuando escribas piensa en eso, aunque tampoco te pases, no vaya a ser que te emociones y al final te despidan».

Que te digan eso debe de doler

Total, que con el aviso de mi madre revoloteándome por la cabeza, antes de descolgar me puse todo preocupado en la piel de Tito y Carmelo y empecé a recordar lo que había dicho en el programa sobre que la planificación deportiva de esta temporada no había estado a la altura del club. Buf. Que te digan eso tiene que doler, sobre todo si vienes de haber hecho un equipazo en Segunda y ahora estás en un momento en el que no sabes dónde meterte por culpa de Boateng. Aunque bueno, en el mundo del fútbol cualquiera tiene Cueros en el armario. Y Bardhis (con hache).

Cueros dentro del armario

Así que, armándome de valor, descolgué. Tal y como me temía, no me dijeron ni hola: «Rafa, muy mal, ¿pero tú te crees que eso puede ser? ». Con la voz entrecortada pregunté: «¿El quéee?». Y la respuesta ya sí que me dejó descolocado del todo: «Llevabas el botón de la camisa desabrochado, menudas pintas con las que sales en televisión. Así ya puedes decir misa, que nadie va a tomarte en serio». Por un lado respiré de alivio, pero por el otro me quedé tocado al darme cuenta de que con aquel gurú me había equivocado. De que el camino recto, teniendo siempre presente el matiz de mi madre y la manía de mis hijos por comer todos los días, es imitar menos a los teóricos y más a los que entienden que el periodismo, con perdón, es un «puto» oficio. Las comillas son de Enric González (el de las salchichas), alguien que igual que no espera de un taxista reflexiones sobre el papel del taxi en la sociedad contemporánea, tampoco le exige a un periodista más que honestidad, humildad y que trate de hacer lo que pueda teniendo claro que «bien del todo es imposible». Así que yo, si no me echan de la tele, me abrocharé el botón, pero volveré a ser crítico con los fichajes. Y no diré palabrotas, que de eso también me ha avisado mi madre.

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