Mi infancia no son recuerdos de un patio de Sevilla, ciudad de la que esta vez sí que nos fuimos con un color diferente. Los recuerdos de mi infancia son de un taller mecánico en el que fuese el año que fuese siempre había un calendario de Samantha Fox en la pared y un embriagador aroma a piezas nuevas de recambio. Gracias a esas tardes después del cole viendo trabajar a mi padre (aquí lo tenéis, dedicado a todos los que me pedís que a él también lo saque) pienso siempre en las uñas de las personas y en lo fría que salía el agua en pleno enero al tirar de jabón lagarto para que al día siguiente volviesen a estar relucientes. Las manos de los currantes dicen mucho de su carácter, desde luego bastante más que su rostro, y las de Muñiz la verdad es que me inspiran confianza. Sin que se diera cuenta (creo) se las miré de reojo en el viaje al Sánchez Pizjuán. Fue a la vuelta cuando, al pasar a su lado por el angosto pasillo del avión, él estaba hincándole el diente a un bocata que, por el olor, apuesto a que era de tortilla. Alguien me dijo que no le había gustado algo que escribí y, la verdad, a mí plín. Con sus aciertos, sus defectos por cabezonería y sus bandazos, y aunque fuese verdad que yo a él no, a mí él sí me gusta. El Levante está en buenas manos, las suyas.

Mejores herramientas

De las tardes en el taller, que a decir verdad era más garaje que taller, más planta baja que garaje y en ocasiones simplemente averías que se reparaban al raso, no sólo conservo la obsesión por llevar las uñas en carne viva y dejarme larga la del meñique (cosas de mecánicos). Me viene también de ahí la convicción de que todo tiene arreglo por estropeado que esté. Me consta, porque lo he visto, que los buenos mecánicos no son pejilleros con las herramientas. Prefieren siempre las suyas, eso es cierto, pero no se ponen exquisitos. A mi padre no le escuché nunca decir que no podía reparar algo. Lo que sí que decía al hacerse de noche es que «si tuviera herramienta, terminaría antes». Supongo que Muñiz, que después de haber llevado al equipo al extremo acabó poniendo a Lukic, habrá veces que piense lo mismo.

Ensuciarse las manos

Me gustan los talleres porque me dan suerte. Y en Sevilla me la dio José Luis, granota de cuna y durante muchos años compañero de mi padre en la planta de motores. Llevo desde el viernes pensando en su ejemplo y en que este martes, contra el Leganés, hay que ensuciarse las manos.

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