Banega hizo honor a su número y estuvo de ´10´ frente al Getafe. Todo el juego blanquinegro pasó por él, y, en este caso, habría que añadir que por suerte. Salvo alguna que otra pérdida evitable en campo propio, que no tuvo repercusión alguna en el desenlace del duelo, cada una de sus aportaciones fue positiva para el equipo y para la grada. Dio una lección de fútbol de alta escuela: si el 1-0 arrancó de un centro suyo al área, el 2-1 empejó forjarse con su desmarque de ruptura y el posterior rechace, aprovechado por Feghouli. Y qué decir del 3-1, en el que esperó el momento justo para dejar a Aritz Aduriz solo y a la carrera ante Moyà. Como resumiría después Unai Emery en sala de prensa perfectamente, tan cierto es que «necesita ganar en constancia» como que «es fundamental que tenga su espacio, que pueda expresar lo que tiene». Ayer fue el caso.

Si por Éver hubiera sido, el partido no habría acabado poco después del eslálom prácticamente imposible del minuto 88, cuando fue objeto de falta tras marcharse de cuatro jugadores del Getafe en apenas cinco metros. Estaba a gusto sobre el césped y se le notaba. Incluso parecía digerir mejor el cansancio. Por eso no había tenido ningún problema para echarse al Valencia a las espaldas como pocas veces desde el minuto 1.

Cuando recibió los primeros de la grada, el internacional albiceleste ya tenía mucho camino andado. En apenas media hora de encuentro, además de su presencia constante en el centro del campo, donde ayudó en todo momento a contener las acometidas celestes, había creado dos jugadas de gol y una tercera que perfectamente lo podría haber sido. Es la que se produjo en el minuto 35, en el que vio el hueco entre tres defensas y habilitó en el extremo derecho a Pablo, cuyo pase de la muerte a Soldado abortó en el último momento Cata Díaz.

Rubén Pérez fue quien más sufrió la tarde de gloria de Banega. Por su culpa, el mediocentro defensivo titular del Getafe vio una tarjeta amarilla y fue sustituido por Lacen el descanso. Con el tiempo justo para ducharse y ver otra de las virguerías del argentino, que dejó en posición franca para el disparo o el último pase a Pablo, en el minuto 53, con una pared al primer toque.

Muchas veces se le echa en cara que abusa del manejo del balón. Ayer, sin embargo, no fue el caso. Éver dio agilidad a la circulación y solo explotó su facilidad para el regate cuando lo requirió la jugada en cuestión. El mejor ejemplo, el giro sobre la misma línea de fondo, que se marcó tras un centro pasado de Piatti, ya con 3-1 en el marcador.

Consciente y satisfecho por su papel, el internacional albiceleste ni siquiera probó fortuna de cara a puerta. Solo se quedó con las ganas a la salida de una contra, provocada por una recuperación suya en el centro del campo, en el minuto 72, cuando la defensa celeste llegó a tiempo de quitarle el balón antes de que disparase. E incluso así, sin quererlo, provocó una ocasión para los blanquinegros: el rechace cayó a Aduriz, que intentó sin éxito sorprender a Moyà, con una vaselina desde el borde del área.