Miembro de la Legión de Honor francesa, su carácter se ha forjado en la victoria. Como jugador lo ganó absolutamente todo, capitán de la Francia campeona del mundo y de Europa, en los 90 fue un futbolista de referencia en Marsella y Juve. En su carrera únicamente le quedó la espina clavada del Valencia. En Mestalla no triunfó por unos problemas físicos que le obligaron a colgar las botas, pero dejó poso de profesional serio y honesto. Ese mal sabor podría quitárselo ahora desde el banquillo.

Como entrenador también se ha confirmado como un ganador a la enésima potencia. Pragmatismo, eficacia, valores colectivos… Deschamps impregna a sus equipos con esa cultura del esfuerzo que le valió para ser respetado como jugador. El Marsella, por ejemplo, es un conjunto espectacular únicamente a ratos, con un tremendo poder físico y una sólida base construida desde la defensa y el contragolpe. En su primera experiencia en el Mónaco sólo Mourinho evitó que se proclamase campeón de Europa. En su segunda aventura sacó a la Juve del infierno de la Serie B, devolviendo el orgullo perdido a su antiguo club. Con el OM no pudo empezar mejor y lo hizo campeón de Liga tras 18 años.