¿Qué falló para que el Valencia cayera derrotado frente al Zaragoza? ¿Cómo es posible que el colista de la Liga remonte en Mestalla jugando setenta minutos con uno menos y terminando con nueve? La respuesta está en la superioridad estéril y la falta de contundencia que demostró el equipo durante todo el partido. Hubo fútbol sí. Manolo Jiménez también invitaba a ello con una presión inexistente y dos líneas muy replegadas. Lo que no hubo fue efectividad ni puntería. El equipo fue incapaz de encontrar el camino del gol y, poco a poco, fue perdiendo consistencia hasta que llegó el error defensivo del segundo gol. Fue un Valencia impotente, con ansiedad y sin pegada para llevar la superioridad numérica y deportiva al marcador. Y lo peor es que lejos de ganar, perdió. Haciendo caso omiso a una máxima del fútbol que dice que si no puedes ganar un encuentros al menos no lo pierdas.

Solo un gol al colista —en claro fuera de juego por la posición antirreglamentaria de Aduriz— fue un pobre bagaje para los 26 disparos a puerta que tuvieron hasta nueve futbolistas. Soldado (5), Aduriz (3), Jonas (8), Pablo (2), Parejo (1), Mathieu (2), Jordi Alba (1), Barragán (1) y hasta Rami (3) probaron fortuna ayer, pero solo el castellonense encontró el camino del gol en la primera mitad. El resto de oportunidades murieron por línea de fondo o en manos de Roberto. Lo cierto es que el equipo lo intentó y llegó arriba desde el principio. Con Jonas como falso interior izquierdo y dos laterales, Barragán y Mathieu, llegando una y otra vez hasta línea de fondo. También funcionó el juego interior de Dani Parejo y el brasileño jugando como Pedro por su casa entre líneas. Hasta la apuesta de dos delanteros parecía generar ocasiones. Con Aduriz rematando envíos desde fuera y Soldado cayendo ligeramente a banda. Así, por ejemplo, llegó el gol de Pablo.

Lo que pasó es que esa superioridad numérica y deportiva nunca se tradujo en goles. El equipo se fue desquiciando, le fue entrando ansiedad por las ocasiones perdidas y comenzó a perder claridad que no llegada. ¿Ayudaron los cambios de Unai ayudaron a encontrar esa tecla que faltaba y que nadie era capaz de apretar? La respuesta fue no. La primera sustitución de Emery, con el Zaragoza en inferioridad numérica y el marcador empatado, fue de hombre por hombre. Jordi Alba salió para dar aire fresco por fuera. Lo intentó, pero no fue la solución. Tampoco la entrada de Feghouli y Piatti. Esa desesperación ofensiva se trasladó a la línea defensiva. Dealbert se contagió y cedió en el gol del bigoleador Apoño. El Valencia, lejos de matar el partido, había permitido que dos de los cuatro remates a puerta del Zaragoza —dos de Apoño y dos de Zuculini— acabaron en gol. A partir de entonces solo se iba a atacar ya con más corazón que cabeza. Lo intentó Soldado, Aduriz y hasta Rami con un disparo desde lejos y un cabezazo. Ya era tarde. El partido estaba perdido por esa superioridad estéril que ni los jugadores ni Emery supieron gestionar.