La policía se presentó en la puerta del vestuario visitante con cara de pocos amigos. El encuentro Rayo-Valencia de la temporada 77/78 había concluido pocos minutos antes con un claro triunfo local: 3-0. Era la mañana del 11 de diciembre de 1977. Los madrileños ya eran, por derecho propio, la sensación del campeonato; acumulaban sobrados méritos para tal distinción: debutaban en primera, pero habían ganado en casa al Madrid, al Barça, al Athletic de Bilbao y al Valencia de Kempes, los cuatro primeros por ese orden de la tabla al final del campeonato. La afición del país no salía de su asombro, la prensa del momento se hizo eco del extraordinario fenómeno y bautizó al club de la popular barriada madrileña como el ´matagigantes´, por su contrastada capacidad para doblegar a los rivales más potentes. Todos los ilustres de la categoría, sin excepción, cayeron en Vallecas. Sólo hubo un equipo capaz de ganar ese ejercicio en el feudo rayista: el Elche, que para más inri, bajó a segunda al final de la campaña.

Pánico en Vallecas

La primera vuelta protagonizada por el conjunto que dirigía el entrañable Héctor Núñez, ex-jugador valencianista muy querido por la parroquia de Mestalla y bautizado como el ´Palomo´, dio mucho que hablar; todo el mundo se preguntaba por las razones de ese sorprendente éxito, se especulaba con la aplicación de planes revolucionarios de preparación que permitían mejorar de forma notable el rendimiento físico de los jugadores. Otros argumentaban que jugar a las 12 del mediodía era una ventaja respecto a unos rivales habituados a disputar sus encuentros por la tarde o por la noche. El caso es que el Rayo causaba pánico en casa a sus visitantes. El Valencia acudió a la cita avisado, tras las debacles de Madrid, Barça y Athletic, aunque no sirvió de nada, también salió trasquilado.

La bronca de Carrete con los aficionados del Rayo

Pero las fuerzas del orden público no acudían a interesarse por cuestiones deportivas cuando entraron en el vestuario valencianista, donde reinaba la desolación por el varapalo recibido. «Venimos a por Carrete», le dijeron al delegado valencianista. El lateral asturiano se las había tenido tiesas con un grupo de aficionados cuando se retiraba al acabar el partido. Los nervios estaban todavía a flor de piel, hubo un cruce de insultos y de gestos obscenos. Pese a los intentos por calmar los ánimos por parte del técnico Marcel Domingo y del seguidor valencianista Pepe Vaello, habitual miembro de la expedición, el jugador astur se enfrentó verbalmente con los seguidores locales y la bronca, lejos de amainar, continuó en el túnel de vestuarios, situado tras una de las porterías, con la mala suerte para el defensa de dirigirse de mala manera al delegado gubernativo que le recriminaba sus modales. Éste no dudó en llamar a algunos números de la policía nacional, que se presentaron dispuestos a arrestar al futbolista del Valencia. Carrete tuvo que salir de la ducha envuelto en una toalla cuando fue requerido por dos números y un capitán. Solo los buenos oficios del presidente del Valencia, José Ramos Costa, que hubo de intervenir personalmente, lograron apaciguar los ánimos y rebajar la tensión del momento. A pesar de ello, la policía procedió a tomar los datos personales de Carrete y abrió diligencias por lo sucedido.

Vallecas no silbó la senyera como hizo el Bernabéu

Así acabó la primera visita del Valencia a Vallecas, víctima de un soberano repaso y con los ánimos exaltados por culpa de ese desagradable incidente final. La única satisfacción de aquel día fue comprobar cómo la afición vallecana „políticamente, poco conservadora„ no mostró el rechazo hacia la indumentaria valencianista de la senyera que aquel día se lucía por segunda vez, a diferencia de lo que se había vivido, pocas semanas antes, en la visita al campo del Real Madrid, cuyo público tuvo un comportamiento hostil y mostró su desagrado por ese motivo hacia el club de Mestalla. Eran los tiempos de la Transición y cualquier exaltación regionalista era mal vista por una mayoría de la afición madridista.

Goleada en la vuelta con recital de Mario Kempes

La severa derrota sufrida en Vallecas vino a certificar la fama de equipo casero que tenía el Valencia, puesto que había ganado todos los partidos locales con cierta holgura, pero ninguno fuera. Curiosamente, todos los triunfos en casa se habían registrado en citas con horario nocturno, salvo uno, jugado por la tarde. El Valencia se sacó la espina de esa dolorosa derrota metiéndole siete goles al Rayo cuando visitó Mestalla en la segunda vuelta, con cuatro tantos de Kempes, todos en el segundo tiempo, dos de Felman, ambos en la primera parte y uno de Castellanos. Si el Rayo se mostraba intratable en su feudo los domingos por la mañana, el Valencia solía imponer su ley en casa los sábados a las diez y media de la noche, tal y cómo se puso de manifiesto aquel día.

El golazo de Solsona

La temporada siguiente, el Valencia logró vencer en Vallecas por 0-1 ante un Rayo que ya no era el matagigantes de la categoría; el sorprendente fenómeno se había diluido. Ni siquiera el horario servía ya de pretexto. El partido se jugó en fechas similares a las del ejercicio anterior, una semana antes de Navidad, y también dirigido por el mismo árbitro: el célebre Guruceta. El desenlace fue de película: faltaban cinco minutos para el final y el colegiado señaló penalti contra los valencianistas. Sin embargo, los vallecanos fallaron la máxima pena. Un minuto después, Solsona marcó un gol antológico al lanzar un balón bombeado desde el centro del campo que sorprendió al adelantado portero local. Aquel fue el primero de los seis triunfos logrados hasta el momento por el Valencia a lo largo de sus quince visitas ligueras a Vallecas.