Los equipos se construyen a partir de las victorias. Envuelto en una tortuosa dinámica, el Valencia se reencontró de algún modo con el terciopelo en el Liberty Stadium de Swansea pero antes de viajar a Gales Rufete y Miroslav Djukic, las actuales cabezas del proyecto, se encargaron de transmitir a los jugadores un mensaje claro: «El partido que hay que ganar es el de Osasuna». Así, acotaron la euforia y señalaron en rojo la próxima fecha del calendario. Europa no resucita al Valencia, aunque los jugadores saben que es un punto sólido en el que apoyarse. La situación en Liga sigue siendo igual de lúgubre.

El mensaje, toda una conjura, es una inyección de ambición, directo al ADN de los futbolistas. Sobre el césped del coqueto estadio galés, al Valencia le alcanzó mientras combinó con armonía ímpetu y capacidad reflexiva. Los de Djukic, sabiéndose al borde del abismo, bullían en el primer tiempo, desnudando a gritos al rival. La necesidad era máxima y el margen para el error, mínimo. En la segunda parte, el equipo, con una puesta en escena balbuceante, administró su suerte y mantuvo intactas sus ambiciones hasta el final, en parte gracias a la presencia de Oriol Romeu en el centro del campo y a la aparición episódica de Mathieu, milagrero eventual, a falta de tres minutos para el final.

A la salida, los jugadores no andaban locos de éxito, ni mucho menos. Conscientes de que el triunfo en Swansea da aire al equipo, pero un traspié el domingo en Mestalla daría al traste con la reacción y supondría prácticamente una sentencia condenatoria. Otra vez, ante el abismo. De nuevo las dudas y el mismo panorama áspero. El partido importante es ante Osasuna.